Entre la
primera guerra civil, que llevó al poder a los Omeyas Mayores, y la tercera
guerra civil, que los sacó del mismo, ocurrió la segunda guerra civil, en la
primera mitad del reinado de Abdal Melik.
En esta segunda
guerra civil se fue distinguiendo por su disciplina y su carácter firme,
valiente y estricto, un oficial pro-Omeya llamado Hadyajsh Abanyusuf, el cual
ascendió a general, y con este ascenso el Califa Abdal Melik le dio el encargo
de someter y destruir al último rebelde, que tenía el reducto de su poder en el
Hiyaz, en la mismísima ciudad de la Meca.
Una vez que
Hadyajsh terminó con aquel rebelde, se le concedió el gobierno del Erak, es
decir, la antigua Mesopotamia. Hadyajsh inmediatamente instaló su sede
provincial en la ciudad de Kufa, la cual estaba “infestada” de Shias, pues es
una ciudad importantísima en su historia y su tradición, y representaban estos
partidarios de los descendientes de Ali un peligro potencial.
Pero Hadyajsh aplicó
el dicho “mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca”, por lo que
siguió administrando al Erak desde allí. Pero cómo no se puede mantener una
tensión constante, Hadyajsh también puso su segunda sede de gobierno en la
ciudad de Basrah, básicamente para “gobernar más agusto durante algunas
temporadas”.
En esta última
ciudad, Hadyajsh comenzó a aplicar las políticas arabistas de Abdal Melik, pues
primero mandó traer a los burócratas de otras partes del Imperio, pues por las
rebeliones y la guerra civil, la ciudad de Basrah estaba casi desierta de
administradores. Así mandó traer a funcionarios de Siria, de Palestina, de
Juzistan, Persia, Azerbaiyan, etc… Luego llevó a jóvenes árabes estudiosos del
Corán para que se educaran con los burócratas Siro-hablantes y Pahlab-hablantes,
y así una vez que estuviesen listos, los sustituyeran en los cargos
administrativos del Erak.
Uno de los
secretarios, que llegó a trabajar, y que fue contratado como maestro, se
llamaba Harzad Abanhardadiyeh. Venía de la ciudad de Gur, en el actual Irán, y
creía que sólo iba a trabajar allí y que cuando fuera más viejo, su hijo
Dadiyeh (a quien dejó la administración de sus tierras) Abanharzad lo
sustituiría en el cargo.
Por la lejanía
con su tierra, Harzad le escribía frecuentemente a su familia allá en Gur, por
lo que es natural que cuando intuyó que su hijo probablemente no heredaría
aquella plaza, le escribió para que no se hiciera ilusiones.
¿Se resignó por
esto Dadiyeh haciéndole caso a su padre? Por supuesto… que no. Así pues, le
escribió de vuelta a su padre diciéndole que le informara al gobernador de una
comitiva que se aproximaba, en la que iba su hijo.
¡Y qué manera
de llegar a Basrah! Un heraldo presidía a la comitiva, la cual venía al modo
militar, con una pequeña guardia de lanceros, cubierta por corazas sencillas,
escoltando a un grupo de 3 jinetes, dos vestidos como arqueros acorazados,
llevando uno de ellos un estandarte militar, mientras que el caballero de en
medio va magníficamente armado, con una coraza reluciente, con su mismo corcel
que también luce una armadura equina, y portando este caballero un halcón en su
mano derecha.
Entra en la
ciudad de Basrah, en la cual le dan permiso expreso por el gobernador para ir
hasta el palacete, por lo que este grupo de 7 guerreros va cruzando la calle
principal en dirección a este. Una vez que llegan, y que el gobernador, su
secretario Harzad y algunos guardias salen al encuentro de ellos, el caballero
exclama en el idioma Pahlab, pero es traducido por Harzad al árabe:
“¡Mi señor
gobernador Hadyajsh Abanyusuf! La unidad militar de su siervo Harzad está aquí.
La preside el caballero Dadiyeh, hijo de su siervo Harzad, de la órden sagrada
de Dihakaneh. ¡Pongo a su disposición mi espada y mi brazo batallador! ¡Así
como los servicios que puedan serle útiles de estos lanceros y arqueros! ¡Sólo
díganos donde debemos combatir y lo haremos! O cualquier cosa que usted
disponga, estamos aquí para servirlo con honor y en pos de la Gloria de Dios”
El gobernador
Hadyajsh no sabe cómo reaccionar, pues este gallardo caballero le causa al
mismo tiempo risa y simpatía, como también algo de admiración y hasta halago
por lo que ha escuchado traducido al árabe, así que lo invita a entrar en
palacio, junto con los otros dos jinetes, mientras que los lanceros cuidan a
los caballos.
En el palacio
disfrutan de un buen banquete, y en la noche de ese mismo día padre e hijo:
Dadiyeh y su padre Harzad, discuten hasta acordar que el muchacho se quedará al
menos un mes junto a su padre. Sin embargo durante ese mes los modos
cuidadamente notorios de Dadiyeh le causan más y más curiosidad al gobernador,
por lo que el joven causa que Hadyajsh hable con su padre, autorizándole así a
quedarse más tiempo, sólo por curiosidad.
Pero además de
convivir familiarmente con su padre, Dadiyeh va estudiando poco a poco el
“nuevo” idioma oficial del Califato, el árabe, por lo que transcurrido el
tiempo, Dadiyeh se convierte en alumno oficial de su propio padre, y futuro
secretario del gobernador.
Pasado un año,
Dadiyeh ya sabe defenderse muy bien en el conocimiento del idioma árabe. Al
siguiente año está ya acostumbrado a las tareas de secretario palatino, pues es
asistente de su padre. Así que Harzad decide, lleno de orgullo, darle el puesto
a su hijo y retirarse a su pueblo natal en Gur, feliz de que un puesto de tanta
importancia haya quedado en manos de su hijo, mientras que su hijo se queda
como uno más de los secretarios de palacio, el primero de esa generación de
jóvenes funcionarios que hablaban el árabe, pero el único de los nuevos
secretarios de palacio que racialmente no lo era.
Así fue como
Dadiyeh, con la mezcla de presunción disfrazada por un supuesto “celo” por las
tradiciones, y su gran carisma personal, logró que Hadyajsh lo eligiera como su
secretario particular. Luego, en ese puesto, el joven Dadiyeh siguió fascinando
progresivamente al gobernador, pues este, como un árabe “advenedizo” que había
llegado al poder provincial con un bagaje cultural muy sencillo, que consistía
en conocer el Corán, gobernar anteriormente ciudades árabes y destacar en el
ejército, de pronto se topó con una muestra de una cultura mil veces más
sofisticada, (pero nunca débil ni “afeminada”) y así estaba deslumbrado por las
tradiciones que protegía la sagrada orden de los Dihakanehan.
Dentro de la
sagrada orden, la familia de Dadiyeh pertenecía por el lado materno a la
familia de Mihranbej, rama a su vez de la excelsa familia de extraordinario
linaje Mardabay, del mítico clan Mog. Por ello, los miembros de esta familia
eran custodios hereditarios de los grandes archivos de los reinos que
gobernaron en el Erak, en Persia, y en el Irán.
Así que Dadiyeh
le sugirió al gobernador lo que era un proyecto familiar: la construcción de
una nueva ciudad con los cánones arquitectónicos de la derrocada dinastía
Sasánida del Imperio pre-islámico, usando inclusive un plano de la construcción
de la antigua ciudad de Tizfun como base para elaborar el de la futura sede
gubernamental.
En vista de que
las ciudades de Kufa y Basrah eran cada vez más un foco de rebeliones y
peligros reales de muerte para el gobernador y para todos los que estuvieran
relacionados con el funcionariado, es que Hadyajsh envió un informe al Califa,
y este le dio el visto bueno del proyecto al gobernador, por lo que este
autorizó la construcción de una nueva sede gubernamental.
El hecho de que
Dadiyeh se convirtiera en unos cuantos años, de ser un invitado que ni era
árabe, ni sabía árabe, en el secretario personal del gobernador, y que su
iniciativa de construir una ciudad (de estilo Iranio) fuera autorizada por el
segundo hombre más poderoso del Califato (Hadyajsh), despertó la envidia de los
otros secretarios, burócratas y funcionarios árabes, en particular de un tal
Ziyad Abanbikabsha, por lo que el a la cabeza de los otros envidiosos comenzó a
acusar al secretario de conspiración junto a los rebeldes, de pretender gobernar
de facto a la mitad oriental del Califato, de tratar de usar al gobernador como
títere, de ser un corrupto, etc… obviamente estas acusaciones eran infundadas,
y por ello Hadyajsh no les hizo el menor caso.
Sin embargo las
rebeliones estaban a la orden del día, poniendo en peligro la misma vida del
gobernador, teniendo que sofocar revueltas lejanas y cercanas: esto fue minando
su paciencia hacia todos los grupos no árabes al oriente de Siria.
Por ello
Hadyajsh se endureció, tomando medidas drásticas, dictatoriales y hasta casi
genocidas, dando terribles órdenes a sus generales y subordinados: desde seguir
cobrando la Giezya a los nuevos musulmanes, hasta matar, encarcelar, desterrar
y destruirles sus casas a los iranios, persas, mesopotámicos Iraquíes,
Pahlab-hablantes y cualquier no-árabe y hasta árabes que tuvieran cualquier
relación con los rebeldes anti-Omeyas.
Fue entonces
cuando el altanero Dadiyeh le reclamó a Hadyajsh de forma áspera e insolente al
gobernador, recriminándole el endurecimiento contra los Pahlab-hablantes, así
como de todos los pueblos afines a ellos: iraníes, persas, iraquíes, etc… por
lo que la paciencia del gobernador se fue minando también para con su
secretario personal, pero debía soportarlo, al menos mientras se construyera
esa nueva ciudad.
Por lo que,
cuando fue construida la nueva sede del gobierno, y fue llamada Uasid, y cuando
se hizo un gran festejo, Hadyajsh decidió que ya no necesitaba de su
secretario, por lo que hizo saber de manera secreta al rencoroso Ziyad que esta
vez sí daría oídos a una acusación, siempre y cuando no fuera nada escandalosa
ni “amarillista”.
Fue así que
Ziyad, a la cabeza de otros secretarios conjurado, lanzó la acusación a Dadiyeh
de malversación de fondos y corrupción. Estos pérfidos secretarios plantaron
evidencia y presentaron testigos falsos, mientras que Hadyajsh no veía la
acusación desde la perspectiva de una cobarde difamación, sino desde la
perspectiva de acallar cualquier tipo de disidencia o discordancia con su “necesaria
política” de represión: el gobernador necesitaba que Dadiyeh fuera culpable.
Así que el
gobernador aprobó el veredicto de culpabilidad contra el inocente pero
insolente Dadiyeh, por lo que este fue condenado a que se le aplastara su mano
con las ruedas de una carreta…
Estuvo varios
meses recuperándose en Uasid, la misma ciudad que había ayudado a construir, y
mientras estuvo así, mandó cartas a su padre para que le preparara la estancia
para su pronto regreso a Gur, en Irán, lejos del sitio de su castigo y
humillación posterior: y digo humillación posterior porque Ziyad y los
vengativos y rencorosos árabes lo llamaron “Maqfar”, lo cual se dice en árabe
“mano seca” o “mano marchita”, pues conocían bien como queda una mano después
de haber sido aplastada de tal forma.
Así, entre
humillaciones e injurias por parte del malagradecido gobernador, el triunfante
y pérfido Ziyad y los burlones y patéticos envidiosos secretarios, fue que
Dadiyeh tomó sus libros y emprendió el viaje de regreso a su “modesto” (clase
media-alta) hogar en Gur.
Una vez en su
ciudad natal, su padre Harzad le arregló un matrimonio con una honesta joven
llamada Mahurani Abantazadmard, con la que años después, Dadiyeh llamado Maqfar
tendría a un hijo llamado Ruzbeh, hijo de Dadiyeh, el cual después fue llamado
Abanamaqfar.
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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines.
(Lo puedes descargar en este enlace)
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