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1.- El mundo en el que nació Abanamaqfar.


    Después de cerrarse el periodo de los Califas justos, se abrió el periodo de los Califas de la dinastía de los Omeyas Mayores, y naturalmente este periodo inició plenamente con el Califa Moauiyeh. En ese periodo, y bajo el mando de los Omeyas, es que los ejércitos del Islam conquistaron a prácticamente todo el mundo conocido. Es en este mundo en el que nació Abanamaqfar.

     Como el Califa Moauiyeh tenía a sus partidarios en Siria, y sabiendo que instalarse en Arabia era instalarse en el epicentro de los conflictos, conspiraciones y asesinatos (2 Califas de 5, -prácticamente el “40%” de los Califas hasta ese momento- habían sido asesinados en Medina, en Arabia) decidió lógicamente instalarse en Siria, provincia llena de partidarios, familiares y nuevos terratenientes (oficiales suyos conquistadores) que lo apoyaban, así que se instaló en esa tierra, mandando construir su palacio en la ciudad de Damasco.

    Una vez ganada la seguridad inicial, Moauiyeh formó un consejo de oficiales notables, para que le juraran fidelidad a su hijo Yazid El Príncipe primero, por lo que en los hechos Moauiyeh estaba convirtiendo el Califato en un Reinado, es decir, en un Imperio gobernado por una dinastía hereditaria: los Omeyas.

    Luego, inspirándose en el protocolo de sus vecinos Romanos de Anatolia, Moauiyeh vistió ropas Imperiales, se rodeó de una fastuosidad increíble en su palacio de Damasco, creando esa parafernalia típica de los Reyes, la cual, por patética que se vea al pretender mostrar al monarca como alguien “casi Divino”, tiene su razón de ser como símbolo disuasorio para que otras personas no intenten usurpar el poder, pues pocos apoyarían al usurpador si “no tienen sangre azul”. No es el método más efectivo para estabilizar un gobierno monárquico, pero al menos contribuye aunque sea un poco.

    Esta fastuosidad monárquica contradecía el anterior carácter austero de los Califas anteriores, y es aquí donde se comenzó a idealizar el régimen anterior, con la típica conclusión mal hecha de que “todo tiempo pasado fue mejor”, por lo que los Califas, con sus virtudes y defectos, fueron en cierta forma idealizados, y es por ello que se conocen como los “Califas Justos”.

    Sin embargo sus súbditos no islámicos -que eran mayoría en el vasto Imperio Califal- apoyaron al Califa Monárquico, pues sus abuelos y hasta algunos padres conservaban el recuerdo de los antiguos Emperadores Romanos y Reydereyes Sasánidas, vestidos de un modo fastuosamente lujoso, y separados del resto de los mortales.

    Esta situación podría tarde o temprano explotar, entre los musulmanes molestos con el estilo monárquico (al que veían como despotismo idólatra, narcisista y blasfemo) y los partidarios de la dinastía Omeya, pero gracias al buen hacer de la gestión de Moauiyeh, hubo relativa paz interna… al menos durante su vida.

    Pero a su muerte, en el 680, estallaron rápidamente las rebeliones de aquellos antiguos partidarios de Ali, junto a los partidarios de sus descendientes, por lo que nuevas guerras civiles azotaron al gigantesco Imperio Musulmán, durante un periodo de 12 años.

    En ese periodo los partidarios de la familia de Ali, llamados Shias, apoyaron a los dos hijos del último de los Califas Justos, por lo que hubo rebeliones encabezadas por estos dos: Hasán y Husayn, pero el resultado de la guerra civil fue adverso para los Shias, por lo que desistieron, al menos durante algunos años.

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    Al final de la guerra civil, en el 692, el Califa Omeya del momento, Abdal Melik se dió cuenta de que las crónicas guerras civiles habían disminuido considerablemente al número de guerreros, oficiales y partidarios, no sólo de los Omeyas, sino ya del dominio árabe, por lo que ahora los árabes eran todavía más minoritarios en el Imperio.

    Sabía que en cuanto se dieran de la aguda inferioridad numérica de los árabes,  y de su endémica debilidad étnica, los pueblos no árabes comenzarían a tramar rebeliones nacionalistas, y lo peor no era eso: lo peor era que los mismos “ciudadanos de segunda” podrían conspirar junto con todo el cuerpo burocrático de origen griego, egipcio, judío, arameo e iranio, para acabar con los oficiales militares, los terratenientes, y los líderes religiosos árabes.

    Es por ello que, lleno de celo racial, el Califa decidió enquistar fuertemente a los árabes como la clase gobernante, pues si no podían volverse mayoría en toda una generación, al menos no le darían la oportunidad a los funcionarios no-árabes de unirse junto a los súbditos y quitarles su dominio: por ello Abdal Melik impulsó los primeros pasos de la reforma Califal, por la cual el idioma árabe reemplazaría al Griego y al Pahlab como idioma administrativo.

    De esta forma comenzó a disminuir la dependencia de los árabes hacia los funcionarios y burócratas griegos, egipcios, judíos, arameos o iranios, pues los jóvenes hijos de los terratenientes y de los oficiales (que por necesidad de sus familias de mantenerse en el poder conocían aquellos idiomas –indispensables para tratar con los burócratas gubernamentales- desde hacía generaciones) podrían educarse primero con los viejos funcionarios no-árabes, y luego desempeñar sus funciones al retirarse estos, traduciendo, adaptando o incorporando todos los términos técnicos extranjeros al idioma árabe.

    Esto gradualmente le proveyó al idioma árabe de una gran riqueza de términos, provenientes de esos otros idiomas, iniciándose las escuelas de los grandes gramáticos de aquel idioma semita en el Imperio Islámico.

    El paso lógico siguiente que darían tanto Abdal Melik, como sus sucesores fue el de usar el árabe como única lengua oficial del ejército, seguido por hacer obligatoria la confesión de que “sólo hay un Dios y Mahoma es su profeta” convirtiéndolos prácticamente en nuevos musulmanes.

    Luego llegó el tiempo de aplicar el impuesto conocido como Giezya, que es el impuesto adicional que debían pagar los no musulmanes para que se les respetara su credo y se les dejara en paz ¿Y quién tenía el poder para decidir si se respetaba o no a los otros grupos religiosos, que sumados eran mayoría? Lógicamente el ejército, y tenía este que ser un ejército compuesto en su mayoría por fuerzas regulares islámicas.

     Antes de estas reformas Omeyas, los ejércitos Califales estaban compuestos por un núcleo pequeño, pero duro, de árabes musulmanes, en torno a los cuales se agrupaban las otras tribus árabes: tribus judías, cristianas, y paganas. Luego seguían las fuerzas mercenarias, de unidades de caballería, arquería e infantería compuestas por aguerridos pueblos paganos, dualistas, o cristianos. Y para inflar más el número, se solía hacer una leva de milicianos sacada de entre los súbditos griegos, egipcios, judíos, arameos e iranios, complementada con algunas unidades pequeñas de conversos no-árabes al islam, junto con la cada vez más importante leva de libertos eslavos convertidos también al Islam.

    De esta forma se entiende que de todos los ejércitos disponibles, los musulmanes constituían, quizás un 30% cuando mucho, por lo que era muy peligroso que la aristocracia árabe islámica (que gobernaba vastos territorios fuera de su hogar ancestral) siguiera disminuyendo por efecto de las estériles guerras civiles, pues rodeados como estaban de guerreros tanto “infieles”, como de no-árabes, podrían todos ellos en un momento dado abandonar o inclusive combatir a la minoría islámica, eliminándolos.

    Pero gracias a estas reformas no sólo comenzó el proceso de islamización y arabización (lingüística) del ejército, sino que poco a poco, gradualmente, pero cada vez más numeroso, surgió un fenómeno social dentro de los súbditos “incrédulos”: se comenzaron a convertir también al Islam.

    Estas conversiones se hicieron de manera superficial, pues sólo lo hacían para librarse de la Giezya: para no tener que pagar ese impuesto especial a los no-musulmanes.   

    Sin embargo estos nuevos conversos naturalmente tenían hijos, pero las costumbres legales del Califato prohibían que los padres musulmanes educaran a sus hijos en cualquier otra fe. Así que de este modo surgió una gran necesidad de instrucción para estos nuevos musulmanes, tanto militares como civiles.

    Y es aquí donde surge en plenitud la figura del Ulema, es decir, del maestro de religión “Mahometana”, pues a mayor demanda, mayores oportunidades de ofertar conocimiento, y mayores los árabes islamistas dispuestos a enseñar (tanto por piedad y vocación religiosa, cómo para lograr cierto poder y hasta “administrar” las limosnas.)

    Entonces el fenómeno social de estos conversos superficiales dió paso al fenómeno social de los hijos de estos conversos: los islamizados de segunda generación, al haber sido educados en la religión musulmana, eran más sinceros que sus padres, pues eran auténticos musulmanes de corazón, y seguidores de la autoridad de estos Ulemas, que habían pasado de ser simples particulares árabes, a convertirse en auténticos líderes religiosos que detentaban cierto poder sobre sus fieles.

    Pronto otros Ulemas más interesados en alcanzar poder político-religioso, se dedicaron a instruir exclusivamente a ciertas etnias y pueblos, pues de este modo podrían hacerse de una facción unificada desde la cual escalar posiciones en un Imperio que de cualquier otro modo no les ofrecía casi nada de posibilidades de ascender en la escala social.

    En el caso de los Shias, los predicadores del Islam partidarios de la familia de Ali se dedicaron a convertir a los pueblos de Mesopotamia, sobre todo Arameos e Iranios, por lo que el Shiismo, en su etapa de fortalecimiento numérico y engrosamiento de la facción, fue tomando un tinte cada vez más iránico, persa y mesopotámico, ya que estos conversos se volvían musulmanes, pero no árabes de cultura, sino que preservaban cualquier aspecto de sus tradiciones pre-islámicas que no contradijeran a los preceptos más básicos del Islam.

    Luego los Shias hicieron otros intentos de hacerse con el poder, como en la tercera guerra civil en el año 740, que, si bien no les dio el poder a los Shias, si fue un movimiento destructivo que acabó con la dinastía de los Omeyas mayores 10 años después.

    Así vemos pues que el Imperio Mundial Califal continúa extendiéndose, hasta llegar a la india, y a las fronteras con el Imperio Chino al oriente, mientras que llega al Atlántico, gran parte de España y hasta partes de Francia al occidente. Este crecimiento se dio bajo la Dinastía de los Omeyas mayores, Dinastía que retuvo el poder en Damasco durante 89 años, desde el 661 hasta el 750.

    En este vasto Imperio Mundial, comenzó el gradual fenómeno de la islamización y la arabización (idiomática) de gran parte de sus habitantes, sin embargo, estos procesos fueron impulsados por gentes que no buscaban la unidad incondicional del Imperio, sino que cada quien buscaba su propio poder, y si era necesario romper la unidad para imponer su poder, lo harían, guerras mediante.

    En este mundo de guerras civiles, fermentación cultural, y disputas políticas que poco a poco se transformaban en divisiones y distinciones sectarias dentro de la religión del Islam: es en este mundo en el que nació Abanamaqfar.

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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines. 

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SECCIONES a las que pertenece este libro: Literatura.



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