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2.- La familia de Abanamaqfar.


    Entre la primera guerra civil, que llevó al poder a los Omeyas Mayores, y la tercera guerra civil, que los sacó del mismo, ocurrió la segunda guerra civil, en la primera mitad del reinado de Abdal Melik.

    En esta segunda guerra civil se fue distinguiendo por su disciplina y su carácter firme, valiente y estricto, un oficial pro-Omeya llamado Hadyajsh Abanyusuf, el cual ascendió a general, y con este ascenso el Califa Abdal Melik le dio el encargo de someter y destruir al último rebelde, que tenía el reducto de su poder en el Hiyaz, en la mismísima ciudad de la Meca.


    Una vez que Hadyajsh terminó con aquel rebelde, se le concedió el gobierno del Erak, es decir, la antigua Mesopotamia. Hadyajsh inmediatamente instaló su sede provincial en la ciudad de Kufa, la cual estaba “infestada” de Shias, pues es una ciudad importantísima en su historia y su tradición, y representaban estos partidarios de los descendientes de Ali un peligro potencial.

    Pero Hadyajsh aplicó el dicho “mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca”, por lo que siguió administrando al Erak desde allí. Pero cómo no se puede mantener una tensión constante, Hadyajsh también puso su segunda sede de gobierno en la ciudad de Basrah, básicamente para “gobernar más agusto durante algunas temporadas”.

    En esta última ciudad, Hadyajsh comenzó a aplicar las políticas arabistas de Abdal Melik, pues primero mandó traer a los burócratas de otras partes del Imperio, pues por las rebeliones y la guerra civil, la ciudad de Basrah estaba casi desierta de administradores. Así mandó traer a funcionarios de Siria, de Palestina, de Juzistan, Persia, Azerbaiyan, etc… Luego llevó a jóvenes árabes estudiosos del Corán para que se educaran con los burócratas Siro-hablantes y Pahlab-hablantes, y así una vez que estuviesen listos, los sustituyeran en los cargos administrativos del Erak.

    Uno de los secretarios, que llegó a trabajar, y que fue contratado como maestro, se llamaba Harzad Abanhardadiyeh. Venía de la ciudad de Gur, en el actual Irán, y creía que sólo iba a trabajar allí y que cuando fuera más viejo, su hijo Dadiyeh (a quien dejó la administración de sus tierras) Abanharzad lo sustituiría en el cargo.

    Por la lejanía con su tierra, Harzad le escribía frecuentemente a su familia allá en Gur, por lo que es natural que cuando intuyó que su hijo probablemente no heredaría aquella plaza, le escribió para que no se hiciera ilusiones.


    ¿Se resignó por esto Dadiyeh haciéndole caso a su padre? Por supuesto… que no. Así pues, le escribió de vuelta a su padre diciéndole que le informara al gobernador de una comitiva que se aproximaba, en la que iba su hijo.

    ¡Y qué manera de llegar a Basrah! Un heraldo presidía a la comitiva, la cual venía al modo militar, con una pequeña guardia de lanceros, cubierta por corazas sencillas, escoltando a un grupo de 3 jinetes, dos vestidos como arqueros acorazados, llevando uno de ellos un estandarte militar, mientras que el caballero de en medio va magníficamente armado, con una coraza reluciente, con su mismo corcel que también luce una armadura equina, y portando este caballero un halcón en su mano derecha.




    Entra en la ciudad de Basrah, en la cual le dan permiso expreso por el gobernador para ir hasta el palacete, por lo que este grupo de 7 guerreros va cruzando la calle principal en dirección a este. Una vez que llegan, y que el gobernador, su secretario Harzad y algunos guardias salen al encuentro de ellos, el caballero exclama en el idioma Pahlab, pero es traducido por Harzad al árabe:


    “¡Mi señor gobernador Hadyajsh Abanyusuf! La unidad militar de su siervo Harzad está aquí. La preside el caballero Dadiyeh, hijo de su siervo Harzad, de la órden sagrada de Dihakaneh. ¡Pongo a su disposición mi espada y mi brazo batallador! ¡Así como los servicios que puedan serle útiles de estos lanceros y arqueros! ¡Sólo díganos donde debemos combatir y lo haremos! O cualquier cosa que usted disponga, estamos aquí para servirlo con honor y en pos de la Gloria de Dios” 


    El gobernador Hadyajsh no sabe cómo reaccionar, pues este gallardo caballero le causa al mismo tiempo risa y simpatía, como también algo de admiración y hasta halago por lo que ha escuchado traducido al árabe, así que lo invita a entrar en palacio, junto con los otros dos jinetes, mientras que los lanceros cuidan a los caballos.

    En el palacio disfrutan de un buen banquete, y en la noche de ese mismo día padre e hijo: Dadiyeh y su padre Harzad, discuten hasta acordar que el muchacho se quedará al menos un mes junto a su padre. Sin embargo durante ese mes los modos cuidadamente notorios de Dadiyeh le causan más y más curiosidad al gobernador, por lo que el joven causa que Hadyajsh hable con su padre, autorizándole así a quedarse más tiempo, sólo por curiosidad.

    Pero además de convivir familiarmente con su padre, Dadiyeh va estudiando poco a poco el “nuevo” idioma oficial del Califato, el árabe, por lo que transcurrido el tiempo, Dadiyeh se convierte en alumno oficial de su propio padre, y futuro secretario del gobernador.


    Pasado un año, Dadiyeh ya sabe defenderse muy bien en el conocimiento del idioma árabe. Al siguiente año está ya acostumbrado a las tareas de secretario palatino, pues es asistente de su padre. Así que Harzad decide, lleno de orgullo, darle el puesto a su hijo y retirarse a su pueblo natal en Gur, feliz de que un puesto de tanta importancia haya quedado en manos de su hijo, mientras que su hijo se queda como uno más de los secretarios de palacio, el primero de esa generación de jóvenes funcionarios que hablaban el árabe, pero el único de los nuevos secretarios de palacio que racialmente no lo era.

    Así fue como Dadiyeh, con la mezcla de presunción disfrazada por un supuesto “celo” por las tradiciones, y su gran carisma personal, logró que Hadyajsh lo eligiera como su secretario particular. Luego, en ese puesto, el joven Dadiyeh siguió fascinando progresivamente al gobernador, pues este, como un árabe “advenedizo” que había llegado al poder provincial con un bagaje cultural muy sencillo, que consistía en conocer el Corán, gobernar anteriormente ciudades árabes y destacar en el ejército, de pronto se topó con una muestra de una cultura mil veces más sofisticada, (pero nunca débil ni “afeminada”) y así estaba deslumbrado por las tradiciones que protegía la sagrada orden de los Dihakanehan.


    Dentro de la sagrada orden, la familia de Dadiyeh pertenecía por el lado materno a la familia de Mihranbej, rama a su vez de la excelsa familia de extraordinario linaje Mardabay, del mítico clan Mog. Por ello, los miembros de esta familia eran custodios hereditarios de los grandes archivos de los reinos que gobernaron en el Erak, en Persia, y en el Irán.


    Así que Dadiyeh le sugirió al gobernador lo que era un proyecto familiar: la construcción de una nueva ciudad con los cánones arquitectónicos de la derrocada dinastía Sasánida del Imperio pre-islámico, usando inclusive un plano de la construcción de la antigua ciudad de Tizfun como base para elaborar el de la futura sede gubernamental.

    En vista de que las ciudades de Kufa y Basrah eran cada vez más un foco de rebeliones y peligros reales de muerte para el gobernador y para todos los que estuvieran relacionados con el funcionariado, es que Hadyajsh envió un informe al Califa, y este le dio el visto bueno del proyecto al gobernador, por lo que este autorizó la construcción de una nueva sede gubernamental.

    El hecho de que Dadiyeh se convirtiera en unos cuantos años, de ser un invitado que ni era árabe, ni sabía árabe, en el secretario personal del gobernador, y que su iniciativa de construir una ciudad (de estilo Iranio) fuera autorizada por el segundo hombre más poderoso del Califato (Hadyajsh), despertó la envidia de los otros secretarios, burócratas y funcionarios árabes, en particular de un tal Ziyad Abanbikabsha, por lo que el a la cabeza de los otros envidiosos comenzó a acusar al secretario de conspiración junto a los rebeldes, de pretender gobernar de facto a la mitad oriental del Califato, de tratar de usar al gobernador como títere, de ser un corrupto, etc… obviamente estas acusaciones eran infundadas, y por ello Hadyajsh no les hizo el menor caso.


    Sin embargo las rebeliones estaban a la orden del día, poniendo en peligro la misma vida del gobernador, teniendo que sofocar revueltas lejanas y cercanas: esto fue minando su paciencia hacia todos los grupos no árabes al oriente de Siria.

    Por ello Hadyajsh se endureció, tomando medidas drásticas, dictatoriales y hasta casi genocidas, dando terribles órdenes a sus generales y subordinados: desde seguir cobrando la Giezya a los nuevos musulmanes, hasta matar, encarcelar, desterrar y destruirles sus casas a los iranios, persas, mesopotámicos Iraquíes, Pahlab-hablantes y cualquier no-árabe y hasta árabes que tuvieran cualquier relación con los rebeldes anti-Omeyas.

    Fue entonces cuando el altanero Dadiyeh le reclamó a Hadyajsh de forma áspera e insolente al gobernador, recriminándole el endurecimiento contra los Pahlab-hablantes, así como de todos los pueblos afines a ellos: iraníes, persas, iraquíes, etc… por lo que la paciencia del gobernador se fue minando también para con su secretario personal, pero debía soportarlo, al menos mientras se construyera esa nueva ciudad.

    Por lo que, cuando fue construida la nueva sede del gobierno, y fue llamada Uasid, y cuando se hizo un gran festejo, Hadyajsh decidió que ya no necesitaba de su secretario, por lo que hizo saber de manera secreta al rencoroso Ziyad que esta vez sí daría oídos a una acusación, siempre y cuando no fuera nada escandalosa ni “amarillista”.



    Fue así que Ziyad, a la cabeza de otros secretarios conjurado, lanzó la acusación a Dadiyeh de malversación de fondos y corrupción. Estos pérfidos secretarios plantaron evidencia y presentaron testigos falsos, mientras que Hadyajsh no veía la acusación desde la perspectiva de una cobarde difamación, sino desde la perspectiva de acallar cualquier tipo de disidencia o discordancia con su “necesaria política” de represión: el gobernador necesitaba que Dadiyeh fuera culpable.

    Así que el gobernador aprobó el veredicto de culpabilidad contra el inocente pero insolente Dadiyeh, por lo que este fue condenado a que se le aplastara su mano con las ruedas de una carreta…

    Estuvo varios meses recuperándose en Uasid, la misma ciudad que había ayudado a construir, y mientras estuvo así, mandó cartas a su padre para que le preparara la estancia para su pronto regreso a Gur, en Irán, lejos del sitio de su castigo y humillación posterior: y digo humillación posterior porque Ziyad y los vengativos y rencorosos árabes lo llamaron “Maqfar”, lo cual se dice en árabe “mano seca” o “mano marchita”, pues conocían bien como queda una mano después de haber sido aplastada de tal forma.

    Así, entre humillaciones e injurias por parte del malagradecido gobernador, el triunfante y pérfido Ziyad y los burlones y patéticos envidiosos secretarios, fue que Dadiyeh tomó sus libros y emprendió el viaje de regreso a su “modesto” (clase media-alta) hogar en Gur.

    Una vez en su ciudad natal, su padre Harzad le arregló un matrimonio con una honesta joven llamada Mahurani Abantazadmard, con la que años después, Dadiyeh llamado Maqfar tendría a un hijo llamado Ruzbeh, hijo de Dadiyeh, el cual después fue llamado Abanamaqfar.

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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines. 

(Lo puedes descargar en este enlace)

 
                                                                      
    

SECCIONES a las que pertenece este libro: Literatura.



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