Después de
cerrarse el periodo de los Califas justos, se abrió el periodo de los Califas
de la dinastía de los Omeyas Mayores, y naturalmente este periodo inició
plenamente con el Califa Moauiyeh. En ese periodo, y bajo el mando de los
Omeyas, es que los ejércitos del Islam conquistaron a prácticamente todo el
mundo conocido. Es en este mundo en el que nació Abanamaqfar.
Como el Califa
Moauiyeh tenía a sus partidarios en Siria, y sabiendo que instalarse en Arabia
era instalarse en el epicentro de los conflictos, conspiraciones y asesinatos
(2 Califas de 5, -prácticamente el “40%” de los Califas hasta ese momento-
habían sido asesinados en Medina, en Arabia) decidió lógicamente instalarse en
Siria, provincia llena de partidarios, familiares y nuevos terratenientes
(oficiales suyos conquistadores) que lo apoyaban, así que se instaló en esa
tierra, mandando construir su palacio en la ciudad de Damasco.
Una vez ganada
la seguridad inicial, Moauiyeh formó un consejo de oficiales notables, para que
le juraran fidelidad a su hijo Yazid El Príncipe primero, por lo que en los
hechos Moauiyeh estaba convirtiendo el Califato en un Reinado, es decir, en un
Imperio gobernado por una dinastía hereditaria: los Omeyas.
Luego, inspirándose en el protocolo de sus
vecinos Romanos de Anatolia, Moauiyeh vistió ropas Imperiales, se rodeó de una
fastuosidad increíble en su palacio de Damasco, creando esa parafernalia típica
de los Reyes, la cual, por patética que se vea al pretender mostrar al monarca
como alguien “casi Divino”, tiene su razón de ser como símbolo disuasorio para
que otras personas no intenten usurpar el poder, pues pocos apoyarían al
usurpador si “no tienen sangre azul”. No es el método más efectivo para
estabilizar un gobierno monárquico, pero al menos contribuye aunque sea un
poco.
Esta
fastuosidad monárquica contradecía el anterior carácter austero de los Califas
anteriores, y es aquí donde se comenzó a idealizar el régimen anterior, con la
típica conclusión mal hecha de que “todo tiempo pasado fue mejor”, por lo que
los Califas, con sus virtudes y defectos, fueron en cierta forma idealizados, y
es por ello que se conocen como los “Califas Justos”.
Sin embargo sus
súbditos no islámicos -que eran mayoría en el vasto Imperio Califal- apoyaron
al Califa Monárquico, pues sus abuelos y hasta algunos padres conservaban el
recuerdo de los antiguos Emperadores Romanos y Reydereyes Sasánidas, vestidos
de un modo fastuosamente lujoso, y separados del resto de los mortales.
Esta situación
podría tarde o temprano explotar, entre los musulmanes molestos con el estilo
monárquico (al que veían como despotismo idólatra, narcisista y blasfemo) y los
partidarios de la dinastía Omeya, pero gracias al buen hacer de la gestión de
Moauiyeh, hubo relativa paz interna… al menos durante su vida.
Pero a su
muerte, en el 680, estallaron rápidamente las rebeliones de aquellos antiguos
partidarios de Ali, junto a los partidarios de sus descendientes, por lo que nuevas
guerras civiles azotaron al gigantesco Imperio Musulmán, durante un periodo de
12 años.
En ese periodo
los partidarios de la familia de Ali, llamados Shias, apoyaron a los dos hijos
del último de los Califas Justos, por lo que hubo rebeliones encabezadas por
estos dos: Hasán y Husayn, pero el resultado de la guerra civil fue adverso
para los Shias, por lo que desistieron, al menos durante algunos años.
Al final de la
guerra civil, en el 692, el Califa Omeya del momento, Abdal Melik se dió cuenta
de que las crónicas guerras civiles habían disminuido considerablemente al
número de guerreros, oficiales y partidarios, no sólo de los Omeyas, sino ya
del dominio árabe, por lo que ahora los árabes eran todavía más minoritarios en
el Imperio.
Sabía que en
cuanto se dieran de la aguda inferioridad numérica de los árabes, y de su endémica debilidad étnica, los
pueblos no árabes comenzarían a tramar rebeliones nacionalistas, y lo peor no
era eso: lo peor era que los mismos “ciudadanos de segunda” podrían conspirar
junto con todo el cuerpo burocrático de origen griego, egipcio, judío, arameo e
iranio, para acabar con los oficiales militares, los terratenientes, y los
líderes religiosos árabes.
Es por ello que, lleno de celo racial, el
Califa decidió enquistar fuertemente a los árabes como la clase gobernante,
pues si no podían volverse mayoría en toda una generación, al menos no le
darían la oportunidad a los funcionarios no-árabes de unirse junto a los
súbditos y quitarles su dominio: por ello Abdal Melik impulsó los primeros
pasos de la reforma Califal, por la cual el idioma árabe reemplazaría al Griego
y al Pahlab como idioma administrativo.
De esta forma
comenzó a disminuir la dependencia de los árabes hacia los funcionarios y
burócratas griegos, egipcios, judíos, arameos o iranios, pues los jóvenes hijos
de los terratenientes y de los oficiales (que por necesidad de sus familias de
mantenerse en el poder conocían aquellos idiomas –indispensables para tratar
con los burócratas gubernamentales- desde hacía generaciones) podrían educarse
primero con los viejos funcionarios no-árabes, y luego desempeñar sus funciones
al retirarse estos, traduciendo, adaptando o incorporando todos los términos técnicos
extranjeros al idioma árabe.
Esto
gradualmente le proveyó al idioma árabe de una gran riqueza de términos,
provenientes de esos otros idiomas, iniciándose las escuelas de los grandes
gramáticos de aquel idioma semita en el Imperio Islámico.
El paso lógico
siguiente que darían tanto Abdal Melik, como sus sucesores fue el de usar el
árabe como única lengua oficial del ejército, seguido por hacer obligatoria la confesión
de que “sólo hay un Dios y Mahoma es su profeta” convirtiéndolos prácticamente
en nuevos musulmanes.
Luego llegó el
tiempo de aplicar el impuesto conocido como Giezya, que es el impuesto
adicional que debían pagar los no musulmanes para que se les respetara su credo
y se les dejara en paz ¿Y quién tenía el poder para decidir si se respetaba o
no a los otros grupos religiosos, que sumados eran mayoría? Lógicamente el
ejército, y tenía este que ser un ejército compuesto en su mayoría por fuerzas
regulares islámicas.
Antes de estas
reformas Omeyas, los ejércitos Califales estaban compuestos por un núcleo
pequeño, pero duro, de árabes musulmanes, en torno a los cuales se agrupaban
las otras tribus árabes: tribus judías, cristianas, y paganas. Luego seguían
las fuerzas mercenarias, de unidades de caballería, arquería e infantería
compuestas por aguerridos pueblos paganos, dualistas, o cristianos. Y para
inflar más el número, se solía hacer una leva de milicianos sacada de entre los
súbditos griegos, egipcios, judíos, arameos e iranios, complementada con
algunas unidades pequeñas de conversos no-árabes al islam, junto con la cada
vez más importante leva de libertos eslavos convertidos también al Islam.
De esta forma
se entiende que de todos los ejércitos disponibles, los musulmanes constituían,
quizás un 30% cuando mucho, por lo que era muy peligroso que la aristocracia
árabe islámica (que gobernaba vastos territorios fuera de su hogar ancestral)
siguiera disminuyendo por efecto de las estériles guerras civiles, pues rodeados
como estaban de guerreros tanto “infieles”, como de no-árabes, podrían todos
ellos en un momento dado abandonar o inclusive combatir a la minoría islámica,
eliminándolos.
Pero gracias a
estas reformas no sólo comenzó el proceso de islamización y arabización
(lingüística) del ejército, sino que poco a poco, gradualmente, pero cada vez
más numeroso, surgió un fenómeno social dentro de los súbditos “incrédulos”: se
comenzaron a convertir también al Islam.
Estas
conversiones se hicieron de manera superficial, pues sólo lo hacían para
librarse de la Giezya: para no tener que pagar ese impuesto especial a los
no-musulmanes.
Sin embargo
estos nuevos conversos naturalmente tenían hijos, pero las costumbres legales
del Califato prohibían que los padres musulmanes educaran a sus hijos en
cualquier otra fe. Así que de este modo surgió una gran necesidad de
instrucción para estos nuevos musulmanes, tanto militares como civiles.
Y es aquí donde
surge en plenitud la figura del Ulema, es decir, del maestro de religión
“Mahometana”, pues a mayor demanda, mayores oportunidades de ofertar
conocimiento, y mayores los árabes islamistas dispuestos a enseñar (tanto por
piedad y vocación religiosa, cómo para lograr cierto poder y hasta
“administrar” las limosnas.)
Entonces el fenómeno social de estos conversos superficiales dió paso al
fenómeno social de los hijos de estos conversos: los islamizados de segunda
generación, al haber sido educados en la religión musulmana, eran más sinceros
que sus padres, pues eran auténticos musulmanes de corazón, y seguidores de la
autoridad de estos Ulemas, que habían pasado de ser simples particulares
árabes, a convertirse en auténticos líderes religiosos que detentaban cierto
poder sobre sus fieles.
Pronto otros
Ulemas más interesados en alcanzar poder político-religioso, se dedicaron a
instruir exclusivamente a ciertas etnias y pueblos, pues de este modo podrían
hacerse de una facción unificada desde la cual escalar posiciones en un Imperio
que de cualquier otro modo no les ofrecía casi nada de posibilidades de
ascender en la escala social.
En el caso de
los Shias, los predicadores del Islam partidarios de la familia de Ali se
dedicaron a convertir a los pueblos de Mesopotamia, sobre todo Arameos e
Iranios, por lo que el Shiismo, en su etapa de fortalecimiento numérico y
engrosamiento de la facción, fue tomando un tinte cada vez más iránico, persa y
mesopotámico, ya que estos conversos se volvían musulmanes, pero no árabes de
cultura, sino que preservaban cualquier aspecto de sus tradiciones pre-islámicas
que no contradijeran a los preceptos más básicos del Islam.
Luego los Shias
hicieron otros intentos de hacerse con el poder, como en la tercera guerra
civil en el año 740, que, si bien no les dio el poder a los Shias, si fue un
movimiento destructivo que acabó con la dinastía de los Omeyas mayores 10 años
después.
Así vemos pues
que el Imperio Mundial Califal continúa extendiéndose, hasta llegar a la india,
y a las fronteras con el Imperio Chino al oriente, mientras que llega al
Atlántico, gran parte de España y hasta partes de Francia al occidente. Este
crecimiento se dio bajo la Dinastía de los Omeyas mayores, Dinastía que retuvo
el poder en Damasco durante 89 años, desde el 661 hasta el 750.
En este vasto
Imperio Mundial, comenzó el gradual fenómeno de la islamización y la
arabización (idiomática) de gran parte de sus habitantes, sin embargo, estos
procesos fueron impulsados por gentes que no buscaban la unidad incondicional
del Imperio, sino que cada quien buscaba su propio poder, y si era necesario
romper la unidad para imponer su poder, lo harían, guerras mediante.
En este mundo
de guerras civiles, fermentación cultural, y disputas políticas que poco a poco
se transformaban en divisiones y distinciones sectarias dentro de la religión
del Islam: es en este mundo en el que nació Abanamaqfar.
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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines.
(Lo puedes descargar en este enlace)
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