Minug significa “espiritual, fuente de la mente”, mientras que Getig significa “terrenal”, por lo tanto son los conceptos del plano espiritual y del plano material. Así, según el bagaje cultural de aquella sagrada orden, en la que se educó Abanamaqfar, el cual sabemos que está basado en los ideales y propósitos del Reino Noble, Minug, siendo la dimensión espiritual, como las ramas y las hojas de un árbol Secuoya, de esos que casi parecen alcanzar el cielo, es decir: tal como las ramas y las hojas más altas, lo espiritual tiene vocación celestial y apunta para allá, PERO NO PUEDE PRESCINDIR DEL SUELO, NI LO HARÁ.
Así también, vemos que funciona en viceversa: Getig, la dimensión terrenal, es como las profundas raíces del árbol gigantesco, por lo que entre más crecen y se profundizan las raíces, bien enterradas en la tierra, lo terrenal, más y más alto y fuerte crece el árbol. Tal y como las raíces que profundizan en la tierra, en el subsuelo, lo material tiene vocación terrenal, y apunta para allá, PERO NO PUEDE PRESCINDIR DE LAS RAMAS DEL RESTO DEL ÁRBOL, NI LO HARÁ.
Por lo tanto, y esto es una ley de la vida en comunidad: no puede haber un verdadero bienestar material duradero, si no se elevan los principios espirituales hacia lo alto, como las ramas y hojas que se mecen en el aire. Lo opuesto también es ley de vida comunitaria: no puede haber verdadera trascendencia espiritual elevada, si no se apoya en las raíces materiales y terrenales.
Para comprobar esto segundo, simplemente ¿Qué harían un grupo monjes de alguna secta gnóstica, de esos que desprecian la vida, la materia, y el trabajo, si quedaran abandonados en el lugar más seco de la tierra, donde ni siquiera hay microbios? Obviamente morirían, y si fueran los últimos transmisores de su particular versión sectaria, al morir ellos, muere su “mensaje trascendente”. Pero si hay monjes y religiosos sectarios que sobreviven y subsisten sus monasterios durante siglos, es precisamente porque: o trabajan ellos, o un montón de pobres ilusos trabajan y los mantienen mediante limosnas colectivas.
Por lo tanto tienen que recurrir a contradecir continuamente su creencia, al menos en la práctica, para sostener el supuesto “mensaje trascendente”, y si no son ellos los que se “manchan las manos” practicando el terrorífico y pecaminoso acto de trabajar, son los ilusos que los mantienen los que lo hacen. Así que ya sea de un modo directo o indirecto, los despreciadores de la vida, la materia, la tierra y el trabajo subsisten en eterna contradicción: evidente prueba de su falsedad.
Un ejemplo que pruebe el viceversa, es decir: la inviabilidad a largo plazo de las comunidades materialistas que se olvidan de lo espiritual, es por ejemplo el mundo actual, que ha perdido tanto el sentido de los valores y las virtudes, que no sólo los gobiernos siguen haciendo guerras por recursos, matando personas inocentes: también las grandes trasnacionales prosperan destruyendo la ecología, y minando lentamente las bases para la existencia misma de la civilización.
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Los ciudadanos en promedio no nos quedamos atrás, ni somos blancas palomitas, sino que cada vez surgen generaciones con más miembros superficiales, vanos, vacíos y basuriles. De mi generación por ejemplo, hace algunos años, los jóvenes menores de edad entraban a los bares con credenciales falsas para tomar, y luego tenían más de una congestión alcohólica ¿Qué es esa prisa por llenarse estúpidamente de alcohol para luego vomitarlo, quedarse en estado de coma o morirse? En mi provincia los criminales basura matan, secuestran, y torturan para ganar dinero de las mafias: saben que morirán pronto, así que “viven la vida al máximo” siendo que ni siquiera disfrutan plenamente de las putas que se consiguen (otro ejemplo: chicas que se van con cualquier excremento humano sólo “porque trae buena troca”) pues la mayor parte del tiempo andan bien drogados.
Luego, en los últimos 20 años hemos sido testigos de que en uno de los países más ricos y materialistas del mundo: Estados Unidos, se da la horrible anomalía de que jóvenes trastornados suelen entrar a las escuelas y lugares públicos para disparar al azar y luego suicidarse. En Japón el suicidio también es algo frecuente entre mucha gente, tanto que muchos japoneses de las ciudades han conocido al menos a alguien que después se suicidó.
Yokoy Kenji, el famoso motivador Colombiano-Nipon no me dejará mentir, es testigo de eso, como lo confiesa en su video “Japón y Colombia: Mitos y verdades” donde dice que en Japón hay 32,000 suicidios por año y dice “5 amigos míos se suicidaron”. Y esto es porque no es el Japón “Zen” que vive según la moral del Bushido, sino del Japón post-Hiroshima, el Japón mucho más próspero materialmente que mi atrasado México, el Japón hiper-tecnificado, y sobrepoblado.
¿Una civilización compuesta por semejantes representantes puramente materialistas que se olvidan de lo espiritual puede mantenerse a largo plazo? Obviamente no, y esto quizás lo veamos en algunos años, pues, o se acaba el petróleo, o la destrucción ecológica acaba con la vida.
Por ello la mejor forma de entender la relación espiritualidad-materialidad en una cultura es la relación biológica, armónica, buena y verdadera que tiene el árbol, pues es el árbol el que profundiza en la tierra a través de sus raíces, pero lo hace para crecer hacia el cielo, y ya desde el momento en que brota de la tierra, sus hojas y sus ramas habitan en el aire (¿Etereo?), tomando su energía del elemento celestial visible por antonomasia: el sol.
Luego bebe el árbol de la lluvia, o hasta de un acuífero subterráneo, y los frutos que produce caen, vuelven a la tierra, causando pues que lo alto de las ramas sirva a la vida de las nuevas semillas que están dentro de esos frutos. Así vemos pues que lo espiritual está arriba, debe gobernar SIEMPRE Y CUANDO siempre realimente a lo material, a lo que está abajo. Y con espiritual no me refiero a que las religiones deban gobernar, eso ya nos quedó lo bastante claro desde los capítulos acerca de Borziyeh.
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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines.
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