Jalid Abanabarmak, nuevo gobernador de la
provincia de Persia, quería ascender para ser el favorito del Califa, pero veía
que sus planes podrían ser obstaculizados por el brillante Abanamaqfar. Así
que, como la serpiente pérfida que siempre fue: intrigó y buscó un resquicio
para enredar a los que trabajaban cerca del secretario, con tal de que lo
denunciaran y el Califa aprobase su ejecución, y así quitarse de encima al más
brillante no-árabe de los funcionarios del Califato.
Era la época en
que Sufyan Abanmoauye era alcalde de Basrah, y había sustituido a Suleyman
Abanalí. Aunque Abanamaqfar permanecía al mando de la cancillería por voluntad
expresa del Califa, Sufyan seguía teniéndole rencor por haber estado en bandos
o facciones opuestas desde la época Omeya.
Abanamaqfar pudo
haber hecho las cosas bien sin incidente alguno, pero arrogante como era,
alguna vez en una discusión con motivo de detalles gubernamentales, ambos
subieron de tono, pero Abanamaqfar cometió el segundo peor error de su vida,
pues dijo dijo insensatamente, en su característico modo pedante y elegante:
“Al parecer tu
madre dio a luz a un incapaz…”
Esto molestó
profundamente a Sufyan Abanmoauyeh, por lo que los funcionarios coludidos con
Jalid, enviaron mensajeros personales para informarle, y así este arribista
gobernador le mandó decir al alcalde, que lo apoyaría en lo que fuera, con tal
de derribar al odiado Abanamaqfar. El alcalde prestó oído a la ponzoñosa lengua
de Jalid, y juntos conspiraron para causar su perdición.
Sufyan investigó
en su obra escrita para encontrar que cosas le pudiera proporcionar elementos
de acusación, encontrando por ejemplo en la “Carta sobre el tema de los
seguidores” donde da consejos al Califa Alamansur:
El consejo de que
el gobernante mismo de todo el Califato debe unificar las sentencias, los
precedentes y los edictos islámicos en un solo código (la futura ley Sharíah)
para evitar la confusión de las leyes, y la contradicción entre jueces que
ahora se da incluso en una misma ciudad. Para eso debe analizar los casos de
contradicción, ver las razones de las mismas, y usando su razonamiento
personal, el cual, -siendo el Califa- estaría asistido por Allah, pueda
redactar un código único de legislación islámica para todo el Califato, y para
la posteridad.
¡Lo ha
encontrado! Sufyan encontró el pretexto perfecto, por lo que se puso en
contacto con los Ulemas para que cuando llegue el momento puedan todos ellos
juntos lanzar una acusación de herejía: pues Abanamaqfar sugería que la labor
de los Ulemas como últimos intérpretes del Corán se vería negada y cancelada
ante la herética idea de que “La palabra del gobernante terrenal era infalible,
y superior a la del piadoso clérigo Islámico.”
Sin embargo,
cualquier intento de hacerle caer no habría prosperado de no haber surgido el
incidente de Abdal Abanali: el era otro de los tíos de Alamansur, quien
habiendo intentado disputarle el Califato, había fracasado y se encontraba
encerrado a la espera de una condena o del perdón. Entonces Suleyman, hermano
de Abdal, le pidió a su secretario Abanamaqfar que le escribiera una carta al
Califa para convencerlo mediante su excelente retórica, de perdonarle la vida.
Sin embargo,
cuando Alamansur leyó la dichosa carta: notó lo que vendría a ser, lejos, el
peor error de Abanamaqfar, pues en la carta, se dejaba ver un tono demasiado
paternalista de Abanamaqfar, como si “regañara amorosamente” al Califa y a su
tío, instando a ambos a reconciliarse, y que el Califa “debía” perdonarle la
vida. Esto le pareció insultante al Califa, parecía que el no-árabe pretendía
gobernar en la sombra, y convertir al príncipe de los creyentes en un simple
títere que no tendría el poder real. Creyó pues que Abanamaqfar quería ser “el
soberano en la sombra”.
Así que lo mandó
arrestar en 759, preparándole un juicio para indagar su posible conspiración.
Esta fue la señal para que Sufyan hicieran los preparativos finales antes de
saltar a escena junto con un grupo de Ulemas acusadores (Sufyan estaba
instigado por Jalid, el que sí quería convertirse en un auténtico soberano en
la sombra tras el Califa).
Mientras
Abanamaqfar estuvo detenido en Basrah, y fue visitado por su padre Maqfar y sus
pequeños hijos Muhmad y la niña Fedimi, el alcalde Sufyan inspeccionó las
pertenencias personales de Abanamaqfar, encontrando lo poco que los siervos no
alcanzaron a esconder: un par de notas acerca del Corán, pero no del Corán del
Canon de Utman, sino una versión divergente hecha por otro de los compañeros de
Mahoma.
Esta información
fue la guinda del pastel, y así los Ulemas lanzaron las falsas acusaciones:
- Supuéstamente Abanamaqfar pretendía “escribir su propia
versión del Corán, por lo que pretende que esta no es palabra revelada de
Dios.”.
- Lo acusaron también de que quiere convertir al Califa en
el único intérprete de la justicia, por encima de los Ulemas, y por ello, en
una especie de Profeta, siendo que Mahoma es el sello de los Profetas, y es
herejía el pretender que Dios convertirá a otros en Sus mensajeros infalibles.
- Sufyan lo acusó de insultar a su madre, pretendiendo que
Ruzbeh Abdal había dicho: “Tu madre es una insensata que te dio a luz por
accidente” lo que básicamente era un insulto a su progenitora.
A estas tres
acusaciones se les sumó la del Califa, de que el hijo de Maqfar quiere
conspirar para gobernar sobre el Califa, quitándolo si es preciso y poniendo a
sus tíos. ¿Y los tíos del Califa y el padre de Ruzbeh cómo lo defendieron? No
pudieron ante las amenazas del Califa de encerrarlos y matarlos a ellos
también, pues sus tíos no tenían cara para defender al prisionero, pues eran hermanos
de un traidor, y el propio padre del acusado tenía en su mano marchita la señal
de que había sido deshonesto y corrupto antes.
Su padre habría
insistido en defender a su hijo, aún a costa de su libertad y de su vida, pero
si morían ambos ¿Quién cuidaría de la viuda y de sus nietos? Así que con un
profundo dolor decidió no insistir mucho, soportando un terrible sufrimiento.
Obviamente el
instigador Jalid no participó en las acusaciones y siempre mantuvo una aparente
distancia de lo sucedido, siendo que él había sido el titiritero secreto de
esta horrible difamación e injuria. Y ante esta monstruosa farsa acusatoria
sólo había un veredicto: la culpabilidad, y con ella LA MUERTE POR
DESMEMBRAMIENTO…
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