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21.- Ante mis horas finales.

 “He aquí el final del camino, el final de mi camino. La sangrienta espada aguarda por mi carne, ¿Y los hombres venenosos?: por mi sangre. Seis hombres seremos, seis y una multitud, cinco van a torturarme, a exhibirme, yo sufriré lo indecible. Cuatro van a amarrarme, mientras uno encenderá un horno, como si fuera a hornear pan. Tres van a mantener el fuego, mientras dos afilarán sus cuchillos. Dos van a ir cercenando miembro por miembro de mi cuerpo, mientras que tres irán lanzándolos al horno para que sean quemados como leña. Uno irá al suplicio final, mientras que cinco serán sus verdugos… cinco y una multitud enferma y blasfema.

 

    Estas son mis últimas horas: las últimas que me quedan para pensar con claridad, para mirar en mi interior, para recordar todo lo bueno que tuve en esta vida. Yo que fui guerrero, yo que fui poeta: pronto sólo quedarán fragmentos carbonizados de mí. Yo que pelee en Najband, en el Zab, y en otros campos sagrados. Yo que hice un honesto trabajo en Gur, en Sabur, en Kirmán y en Basrah: mi legado será desprestigiado. Yo que traduje sagradas obras, Inmortales. Yo que escribí obras indignas, indignas de los gigantes del pasado. Yo que protegí a los siervos Nobles del Oriente, cuando cayeron en esclavitud después de combatir valientemente. Yo que soy también protector de los Jarudíes, hermanos Musulmanes en la Fe. Yo el obstinado hijo de Mahurani, regreso al seno de mi madre. Yo el causador de dolor y desgracias a mi padre, espero que con el tiempo se cierre su profunda herida en el alma. Yo que dejaré solitario el lecho junto Jaydi, y a mis hijos en el abandono.

 

    ¿Qué son pues todas esas “hazañas”, todos esos logros? ¿De qué me sirven ahora, que estoy ante el filo de la muerte? Todo lo que he logrado ha sido echado a la basura por mi arrogancia y por mi ingenuidad. Arrogancia insultante que ha herido a hombres que pueden desmembrarme, y en verdad ya han decretado mi desmembramiento: es en estos momentos en que ni siquiera me agrado a mí mismo.

 

    ¿Qué son pues todas esas hazañas y logros? Todo lo que he hecho se desvanece ahora: se van las batallas, queda demasiado; se van los cargos, queda muchísimo; se van las excelsas obras de los Nobles, quedan muchas cosas; se van mis indignas obras, quedan varias cosas; se van mis siervos, quedan cosas y aspectos de mi vida; se van mis hermanos en la Fe, quedan pocas cosas; se va mi familia, quedan sólo las virtudes de la sagrada orden; se va la sagrada orden, quedo yo sólo: Cuando las innumerables cosas se van, sólo queda el uno, el absoluto UNO.

 

    Toda mi vida me he escapado, he intentado esconderme, he intentado huir de las sombras, las sombras que ahora me alcanzan. Ahora el miedo, los temblores, los horrores me alcanzan: estoy sólo ante el terror más absoluto y absurdo. Fantasmas y demonios devoran mis ropas y atraviesan mi piel ¿Qué me queda?

 

    Desnudo de todos esos cargos, riquezas y falsos honores estoy, desnudo como cuando nací del vientre de mi madre. Ahora no soy diferente a un animal acorralado por los cazadores: sintiendo lo mismo que él. Esa es la verdad, afronto el hecho de que siento lo mismo que una acorralada bestia sin razón ni entendimiento, de esas que se arrastran en el campo y comen deshechos. Ya me han quitado todo, inclusive la posibilidad de una muerte digna: ya no tengo nada que perder.

 

    Todo lo que me quitaron se desvanece, como humo en la brisa. Estoy solo, desnudo, indefenso, exhibido ante el terror más absoluto y absurdo. Estoy enfrentando a la pesadilla verdadera. He aquí la pesadilla del suplicio casi eterno que precede a la muerte. Ya me han quitado todo: no tengo nada que perder.

 

    Ante mis horas finales, no soy diferente que un animal o un niño entre los lobos: sentimos el mismo terror primitivo, el miedo a la muerte. Lo único a lo que puedo aferrarme es a mi FE, y la siento como parte de mi ¿Soy yo mismo o es un Don de Dios? ¡Dios eterno! ¡No permitas que resista el inicio del suplicio! ¡No soy un profeta, pero te pido que mandes un sustituto como cuando salvaste al profeta Jesús (Que Dios lo bendiga y le dé siempre la Paz)! ¿Mandaste un sustituto, o en verdad los Cristianos tienen razón cuando dicen que el profeta experimentó el dolor y la agonía de la muerte?

 

    ¡Perdóname Dios Misericordioso! ¡Perdóname y apiádate de mí! Ahora que me han quitado todo, no me queda ni el miedo a la blasfemia: pero es que me gusta pensar que el Profeta Jesús, ante sus horas finales, decidió dar el paso final, el paso decisivo. Si el Profeta Jesús, sabiendo que su mensaje le causaría muerte, pero su mensaje daría la vida a los Judíos, Cristianos y Musulmanes, entonces el Evangelio de los Cristianos es el testimonio de un Profeta valiente: en verdad más valiente que yo.

 

    Si eso es verdad, entonces ¡Dame la fuerza Señor! ¡Dame el valor de afrontar la hora final como quizás se lo diste al Profeta Jesús! ¡Bendícelo siempre y dale la Paz! Me gusta pensar en un Profeta cercano a mi sufrimiento, y que entiende el terror próximo de la muerte por tortura. Me gusta pensar como, según el libro de los Cristianos, Tu Profeta dijo:

 

    “Si Tú quieres Dios, haz que este cáliz pase de mí. Pero si no: que se haga tu voluntad.”

 

    Ahora yo te digo Dios Eterno: ¡Que se haga tu voluntad! ¡Que se haga tu voluntad! ¡Que se haga tu voluntad! Ahora acepto mi suplicio, ahora la agonía de la muerte que está cada vez más próxima. Pendiente hacia abajo, inevitablemente, se cierne sobre mí la muerte…

 

    He aquí el final del camino, el final de mi camino. La sangrienta espada aguarda por mi carne, ¿Y los hombres venenosos?: por mi sangre. Seis hombres seremos, seis y una multitud ávida de muerte, hambrienta de sufrimientos, sedienta de agonía. 

 


 

    Estando sólo en mi fría prisión: no espero el día de mañana. Pues el mañana traerá el dolor, de mi carne desmembrada. Cada segundo golpea al corazón, pues está cerca la condenación. Sólo le pido a Dios el valor, para enfrentar al más grande dolor.

 

    Con cada latido golpeando, y con cada rayo del cielo. Me doy cuenta que Dios permitió, el terror y el sufrimiento. Esta es la prueba, la prueba final: ¡Es el momento de la verdad! Desnudo y sólo el hombre va: para enfrentarse al juicio final.

 

    Y el futuro se ve más oscuro, pues se acerca mi suplicio… 

 

    Ahora puedo ver al Diablo que está oculto: en esta condena y su juicio…

 

    Se acerca la hora, para el final, el terror se apodera de mí. No puedo ocultar, y ni controlar, el temblor imparable así. Los ojos de la muerte, apuntan tenebrosos aquí. Escucho, esos pasos, se acercan, ¡Ya están aquí!…”

 

    “¡Ruzbeh Abanamaqfar Abdal! ¡Prisionero Abdal! ¡Ya llegó su hora! ¡Acompáñenos!”

 

    Y la criatura resignada, uno de los muchos hijos de Dios, un sabio mártir por la causa de la Nobleza camina sus pasos finales.

 

    “¡Abran paso al condenado! ¡Abran paso al prisionero!”

 

 

    Y ante la despreciable multitud, el frío Califa, que ha viajado hasta Basrah para condenar personalmente a alguien a quien siente que le debe la última “Honra” con una voz rígida y glacial dice:

 

    “En el nombre de Dios, El Honorable, El Verdadero, ¡El Justo! Yo Quraysh Hashim Abas Abanmuhmad Abdal Halabiyeh Alamansur, Califa del Profeta, Príncipe de los creyentes, te condeno a ti: Abdal Guriyeh Abanamaqfar, por los cargos de: conspiración contra el Califato, herejía, apostasía, ateísmo e injurias hacia el gobernador Sufyan Abanmoauyeh. Te condeno pues Abdal Abanamaqfar a la muerte por desmembramiento. ¿Tienes alguna última palabra para decir?”

 

    “En realidad si: no se me ha concedido el honor de una muerte rápida, por lo que esta multitud siempre creerá que fui un indigno, pues en los momentos del dolor más agonizante, parecerá que he perdido toda la dignidad y el valor, y que soy un cobarde. 

 

    No se me concedieron tampoco mis mejores ropas de gala, sólo esta sábana sucia e inmunda, pero hoy ante todos ustedes me quito esta sábana sucia: 

 

    ¡Desnudo salí del cuerpo de mi madre! ¡Desnudo regreso al terror, al frío, al dolor y a la inconsciencia de la muerte!

 

    Pero sepan todos ustedes que aún despojado de todo, aunque me han quitado todo ¡Estoy vestido de honor y dignidad: no estos asquerosos chacales sedientos de sangre y de muerte!

 

    Hoy ante su juicio espurio yo aparezco como un “culpable” y se me condena por cargos de falsedad. Pero en el día final estaremos todos juntos, ante el tribunal del juicio de Dios, ¡Y apareceremos desnudos de cualquier hipocresía u ocultamiento ante El Justo! Entonces el veredicto será muy diferente, y los condenados al suplicio serán todos ustedes.

 

    Termino con esto: Califas mueren, y Califas suben al trono. Los reinos surgen y se desmoronan ¡Pero nadie nunca olvidará que existimos personas capaces de morir por causa de La Verdad! ¡Nadie nunca olvidará que condenaron a un inocente y a muchos inocentes, y la sangre de los justos manchará por siempre sus manos! Pero ustedes vivan ¡Regodéense en su inmundicia, su hipocresía, su blasfemia y su cobardía! ¡Coman su carne! ¡Beban su vino! ¡Acuéstense con sus esposas! ¡Mientras tanto yo muero por la causa de La Verdad, del Honor y la Dignidad! Pues vale más morir por la vida, por la vida llena de sentido, que vivir por la cobardía y la blasfemia.

 

    ¡Muchachos! ¡Acaben conmigo! ¡Vengan y destrócenme! ¡Oigan mis gemidos y consuélense creyendo que soy igual de cobarde e indigno que ustedes! 

 

    ¡Dios es testigo! Dios es testigo: Dios es testigo…

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