Los objetivos
del movimiento anti-Omeya eran instalar a un comandante militar en el
“ex-Califato” para los asuntos militares y de gobierno, es decir: los “asuntos mundanos”
mientras que toda la comunidad islámica sería dirigida de manera espiritual por
el líder Shia, que en aquel tiempo era Yafar Abanmuhmad, siendo que el
comandante militar se debía subordinar a los mandatos religiosos del líder
espiritual de los Shia.
El comandante
militar del momento era el Abas Abdul Abanmuhmad, del clan Hashimí, el cual
tiene su origen en Hashim Abanabdamanf, bisabuelo del mismísimo profeta Mahoma,
y por ende, todos ellos parientes de Mahoma. La rama principal del clan que
fundó la secta secreta Hashimí era la rama de los Abasíes, descendientes de
Abas Abanabdalamutlib, un tío de Mahoma, el cual es un ancestro directo del
comandante militar Abas Abdul.
Lo primero que
hizo Abas Abdul al llegar al poder militar, fue proclamarse a sí mismo Califa
“provisional” ante las protestas de no pocos Shies, pero puso el pretexto de
que tenía que ostentar ese poder para eliminar a cualquier pretendiente Omeya:
así los pocos años que regenteó el gobierno, Abdul mandó rastrear y exterminar
a todos los miembros de la familia Omeya, y los consiguió matar a todos,
excepto a uno: Abdal Rahman, que huyó muy lejos al oeste, hasta llegar a España
y gobernar de facto esa provincia: Abdal Rahman fundaría el Emirato que con el
tiempo se volvería el Califato Español de los Omeyas menores.
La inercia de la
obediencia militar, la efervescencia de la victoria, el miedo a perder lo
conquistado apenas un par de años después de tomarlo, la necesidad de que Abdul
completara su cometido antes de morir (durante el inicio de la campaña enfermó,
y en esos años la enfermedad siguió avanzando hasta tenerlo postrado y casi
agonizante) y la inmensa mayoría de no Shias estrictos (otros musulmanes más
“laxos”, muchos nuevos conversos que no entendían de sutilezas espirituales y
un montón de “infieles” que participaron) hicieron que prácticamente no hubiera
una revuelta Shia contra este nuevo Califa “provisional”.
Sin embargo el
carácter provisional de este nuevo Califato se fue haciendo cada vez más
brumoso, hasta que se cimentó completamente, como una nueva dinastía, la
dinastía Abasí, y por ser esta una institución y una forma de gobierno
contraria a los ideales utópicos Shies (por ser una forma de gobierno “mundana,
impía y usurpadora”, es decir: pragmática, realista y práctica) es que por fin
se comenzó a definir como doctrina, una corriente opuesta al Shiismo, (y a la
larga mayoritaria), respecto del Islam: el Sunnismo o doctrina tradicional del
Islam, que se fundamentaba en los precedentes de los gobiernos de facto en el
Imperio Islámico desde la muerte de Mahoma, es decir: prácticamente desde los
comienzos, la comunidad musulmana fue gobernada por comandantes militares que
siempre fueron tendiendo gradual e imperceptiblemente hacia la monarquía.
Durante el
gobierno de 5 años del enfermo Califa Abas Abdul, en el que este se concentró
en rastrear y exterminar a cualquier miembro de la familia Omeya, Ruzbeh pudo
haberse consolidado militarmente al participar en campañas hacia el oeste del
Erak, pero en 751, antes de que siquiera se le plantease la cuestión, se le
informó sobre la muerte de su abuelo Harzad, por lo que Ruzbeh, lleno de pena,
quizás no tuvo el carácter suficientemente frío como para proseguir en su
faceta militar, además de que creía que con el triunfo de la causa Hashimí anti-Omeya
“Ya se había alcanzado el gobierno ideal, al que sólo era cuestión de tiempo
para que se le diera la perfección utópica, con el gobierno civil de un líder
Shia, un heredero sanguíneo de la monarquía” Por lo que decidió regresar a su
viejo terruño en Gur, para ver si alcanzaba los funerales de su abuelo, y para
convivir con su familia algún tiempo.
Estuvo conviviendo pues con su familia durante
aquel invierno en Gur, donde Maqfar gobernaba como secretario-regente, cuando
un día se enteró por su padre de una venta de esclavos, y sus pertenencias, los
cuales eran extraordinarios: fueron esclavos adquiridos tras una dura batalla
contra las fuerzas del Oriente, aún inconquistadas, las cuales al ser
derrotadas, fueron salvadas de la aniquilación total porque su retirada fue
cubierta por la guardia del “Emperador de los Infieles”, la valiente guardia
que resistió hasta el final. Esta valiente guardia fue diezmada, y al fin sus
sobrevivientes fueron capturados, junto con sus pertenencias.
De este modo es
que se vendía como simples esclavos a caballeros y damas extraordinarios, de la
nobleza, que habían combatido para el Emperador mismo del Oriente y habían sido
su guardia personal: conocedores de las artes refinadas, así como del noble
combate caballeresco, y tenían un nombre que parecía tener un origen en la
palabra Pahlab que significa “guardianes de la frontera”. Estaban siendo pues
vendidos junto con sus pertenencias, que eran libros que contenían las nobles
artes.
Estaban
vendiéndolos de modo individual, pero Maqfar urgía a su hijo a que juntos
convencieran a todo poblador de Gur que pudiera costear, que juntaran dinero y
compraran a todos los esclavos juntos, al igual que sus pertenencias, por lo
que todas las familias Mardabay del clan Mog reunieron dinero y convencieron al
vendedor: un capitán llamado Hardama Abanayan, para que se los diera. En verdad
tanto dinero obtuvo ese tal Hardama que se volvió millonario de la noche a la
mañana, pues era el dinero de muchas familias reunido en las manos de un solo individuo:
el enriquecido militar.
De este modo
todos estos caballeros y damas, reducidos a servidumbre, se convirtieron en
mayordomos de las familias Mardabay, siendo que Maqfar y su hijo se quedaron
con el antiguo jefe de la guardia esclavizada: Fyruz Abankabad de la noble
familia Li, así como con otros esclavos guardianes, de los cuales sólo
mencionaré a algunos: Azira Abansuhra, de la noble familia Karin, Borzyeh
Abanburzamihr, del noble clan Asbar, y Adurdad Abanmaniag, de la noble casta de
Zik.
Maqfar y su
hijo se vieron asimismo dueños teóricos de los libros santos que portaban estos
mayordomos, y al hojearlos, Ruzbeh se dio cuenta de que, aunque también eran
monoteístas: eran profundamente anti-islámicos, propios de un pueblo que había
sido enemigo de los árabes musulmanes prácticamente desde el tiempo de los
Califas justos:
Contrario al
conservadurismo islámico, las tradiciones y las artes de la cultura de estos
siervos implicaban una cierta igualdad guerrera y religiosa entre los hombres y
las mujeres, las cuales obviamente no usaban velo y lucían sus largas
cabelleras de colores varios: negro, rojo, castaño y rubio. Entre sus nobles
artes estaban tanto el baile (considerado inmoral por no pocos musulmanes),
como la pintura de objetos, plantas, animales y humanos (considerado idolatría
por el Islam más cerrado) y además creían en una especie de asociación
“Totémica” entre los animales espirituales y sus almas. Para empeorar el
cuadro: sus más altos ideales implicaban la destrucción del gobierno Islámico:
eran anti-islamistas por tradición.
Por ello Maqfar
el musulmán, aunque nunca quiso quemar esos libros, trató de convertirlos, casi
a la fuerza, pero su hijo Ruzbeh siempre se interpuso entre el y los sufridos
pero honorables siervos, sin embargo les dijo, y les repitió hasta inculcarles
a ellos el deber de ser profundamente discretos y disimulados respecto a sus
creencias, pues no todos los hombres libres de las extensas tierras islámicas
serían tan tolerantes como sus ilustres nuevos amos. Así estuvo Abanamaqfar un
año más en su tierra natal, lidiando con estos siervos potencialmente
problemáticos, pero en cuanto pasó ese año, le escribió cartas al Califa
informándole de su disposición para ponerse a su servicio en cualquier puesto
en el que sea más útil para su servicio.
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Este capítulo es parte del libro: Cultura, cultivos y jardines.
(Lo puedes descargar en este enlace)
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