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Hoy mismo en la gran telaraña electrónica, satelital y de banda ancha que conocemos como “Mass Media” se libra una guerra de posiciones (junto con alianzas estratégicas) entre dos gigantes del entretenimiento pasivo: el Cine y la Televisión.
Así es: plataformas como Netflix, que siempre tratan de entregar o de subir series y contenido de alta calidad parecen a punto de inclinar la balanza a su favor contra un cine lleno de espectacularidad, que sin embargo se ha saturado de superhéroes, superhéroes y más superhéroes, por lo que a corto plazo es más que probable que ceda el primer puesto a la Televisión.
Antes de que se disparara el “fenómeno” Netflix, tanto el cine como la televisión tenían cierta tregua ante el avance del Internet y las redes sociales como Youtube, y este tercer elemento fue en su momento cierto factor equilibrante. Pero antes también de la llegada masiva de la Red, el cine estaba explotando al máximo el CGI mientras que la televisión se valía de series de televisión policiacas, y caricaturas, tanto gringas como japonesas, y su propia versión del CGI para comenzar el relevo del 2D por animación en 3D.
Si escarbamos un poco más nos topamos con el cine de acción de los 80´s contra las sitcoms; el cine dramático e intimista setentero vs las series policiacas y detectivescas; y por fin la etapa que nos situará en el contexto adecuado: el género de cine “Kolossal” o “Peplum” de los 50´s y 60´s contra el auge de la televisión.
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Así es: este género o estilo de hacer películas surgió como respuesta a la
popularidad creciente de la televisión. Los cineastas de aquel tiempo creían
que si no hacían algo diferente, “la tele” terminaría por arrancar a todo su
público de las salas del séptimo arte, así que optaron por apostar fuerte:
presupuestos arriesgados para crear escenografías gigantescas (“Kolossal” de
donde viene el nombre del género) que impacten a la vista, escenas épicas,
empleo de color (no era tan frecuente en los años 50´s), argumentos situados en
contextos ya sea de la época Clásica, de la Biblia, de la Antigüedad, o
inclusive de la mitología Griega, y un estilo lleno de panorámicas,
grandiosidad, majestuosidad y lo más avanzado en cinematografía de aquellos
tiempos.
Por ello es que las salas se empezaron a llenar de nuevos clásicos inolvidables
como: Semiramis, Tierra de Faraones, Los Diez Mandamientos, Jasón y los
Argonautas, Alejandro Magno, El manto sagrado, Demetrio el Gladiador, Quo
Vadis? Y por supuesto… el filme que nos ocupa: Ben-Hur (1959).
Basado en una novela del mismo nombre, escrita por el General Estadounidense
Lewis Wallace, Ben-Hur narra las andanzas de un joven potentado Judío llamado
Judah Ben-hur, el cual se reencuentra con su mejor amigo de la infancia: un
patricio Romano llamado Messala, quien al venir de Roma después de pasar varios
años allá, volvió muy cambiado, con actitudes distintas, digamos, muy “Imperial”.
Porque Messala lo que quiere hacer es escalar en el cursus honorum Romano,
llegar a lo más alto, que es ser el segundo después del gobernador de Judea, el
nuevo funcionario, Valerio Graco.
El general Lewis Wallace.
Cuando el nuevo gobernador, Graco, entra triunfalmente a Jerusalem, acompañado
de un par de legiones para mantener el orden en Judea, Judah y su hermana
Tirzah se encontraban en la terraza de su mansión, viendo por arriba entrar a
la comitiva. Entonces (según la versión fílmica que nos ocupa) su hermana
Tirzah se inclinó apoyándose en una teja de la terraza, pero esta, que estaba suelta,
cayó justo cuando el gobernador pasaba allí montando su corcel. Según la
versión fílmica, la teja asustó al inquieto caballo, que saltó estrellando al
jinete contra una pared, por lo que quedó muy mal herido, y en ese momento los
Romanos señalaron a los que estaban en la terraza y se lanzaron a echar la
puerta abajo.
Una vez adentro de la mansión los legionarios, encabezados por Messala pusieron
bajo arresto a Judah, a su madre Miriam y a su hermana Tirzah, y aunque Judah
se echó la culpa diciendo que fue un accidente, y pidiendo clemencia para él y
su familia, Messala ni se inmutó, por lo que los mandó arrestar, condenando a
Judah a ser un esclavo remero en las galeras que salen del puerto de Tiro. Pero
antes de irse, le confiesa a Messala:
“Tengo Fe en que Dios me conservará con
vida hasta ver cumplida mi venganza”.
Y es así como comienza el viaje épico de Ben-Hur, sus andanzas, sus desgracias,
catástrofes y momentos que pondrán a prueba su valor y servirán para mostrar de
que está hecho: en verdad la novela cuenta un viaje, un camino, el camino de la
venganza y el odio, así como el entrecruzamiento de ese camino rencoroso con
otro Camino: el camino del amor y el perdón, encarnado por el mismísimo Jesús
de Nazareth.
Y es que Judah Ben-Hur encarna a la figura del que no perdona, del vengativo,
del rencoroso (y con justa razón): Ben-Hur representa una especie de “Anti
Jesús” (Que no Anticristo) que se topa con él Nazareno, el Rabino que predica
el perdón y el amor. Por eso es que la línea inicial del argumento choca con la
contraria, y creo que podemos intuir cual es la que termina prevaleciendo al
final de esta historia.
La novela, que fue publicada en 1880 tuvo tanto éxito, que pronto se convirtió
en un clásico contemporáneo, llegando al teatro 19 años después, y ante el
éxito arrollador de la misma, recibió su primera adaptación fílmica en 1907, en
cine mudo, de la mano del director Sidney Olcott. 18 años después recibió su
segunda adaptación al celuloide, siendo dirigida esta vez por Frederick Niblo
Liedtke.
Pero no sería hasta 1952 cuando comenzó a gestarse la idea de filmar una
versión a todo color de Ben-Hur, como parte de esa nueva oleada de cine
Kolossal o “Péplum” (derivado de un arma Helena –pero de utilería- que usaban
mucho los personajes en esas películas de guerra) para tratar de contener las
oleadas cada vez más crecientes de la popularidad televisiva.
Entonces la Metro-Goldwyn-Mayer anunció el lanzamiento de la nueva versión,
manejando la idea de contratar a los actores Robert Taylor y Stewart Granger
para protagonizar a la misma. Al siguiente año se anunció que el filme se haría
en formato CinemaScope (que permite una amplia visión panorámica), planeándose
el comienzo del rodaje hacia 1954. Para este efecto contrataron al guionista
Karl Tunberg, al productor Sam Zimbalist y manejaron la entrada de Sidney
Franklin en la dirección para llevarlo a cabo, pensando cambiar al prospecto a
protagonista Stewart Granger, por Marlon Brando. Sin embargo problemas
económicos derivados de la debacle aparentemente autofágica del cine hicieron
que el gran proyecto se suspendiera por un tiempo.
No fue sino hasta 1957, y tras comprobar el éxito de la película “Los diez
mandamientos” (1956) que el estudio Paramount Pictures retomó el proyecto de
filmar la película sobre el aristócrata Judío. Entonces se confirmaron tanto al
productor Zimbalist, como al guionista Tunberg, pero se contrató al director
William Wyler, quien de inmediato realizó un casting nuevo, contratando por
ejemplo al compositor de bandas sonoras épicas Miklós Rozsa, y a un veterano
experto: el director de efectos especiales Arnold "Buddy" Gillespie,
quien ya había dirigido los efectos especiales en la versión de 1925.
Arnold "Buddy" Gillespie: el mago detrás de la maravilla cinematográfica
En el casting fue elegido Charlton Heston, no sólo por haber protagonizado “Los Diez Mandamientos” como Moisés, sino también por estar trabajando en ese momento con una de las mejores películas de la década: “Touch of Evil” (Ver la reseña de la misma aquí). También fueron seleccionados, el competente actor Stephen Boyd para el papel de Messala, el grandioso Hugh Griffith como el jeque Ilderim, Cathy O´Donnell para el papel de Tirzah, el veterano Finlay Currie para el papel del Rey Mago Baltasar, la bella Haya Harareet para Esther, el amor platónico de Judah, Frank Thring como Poncio Pilatos, etc…
William Wyler
Después de elegir el casting, el competente director Wyler se dedicó a
coordinar a todo su equipo, a guiar a los actores, y a supervisar la creación
de estructuras gigantescas, impresionantes, apoteósicas, grandilocuentes… y es
que en esta película todo es impresionante, megalítico y descomunal. Las cifras
manejadas para la facturación de esta obra de arte impresionante siguen siendo
brutales: 15 millones de dólares, 300 escenarios distintos llenos de decoración
de época, 15,000 vestuarios para los extras, 350 actores con diálogo, y hasta
el circo Romano en Jerusalem reconstruido a su tamaño natural (según el modelo
del circo Helenístico de Antioquía) con la capacidad de contener a 25,000
personas: en verdad las escenas, si pensamos en el esfuerzo técnico, económico
y humano siguen impresionándonos al día de hoy:
(¿Unas carreritas...)
o prefieres
nado sincronizado?)
(Ver al
intérprete de Moisés quemarle realmente la cara a un extra con una antorcha no
tiene precio Jajajaja... ¿O si?... ¡SI!:
Vale
la pena pagar por ver esta excelente película, que no es el "zurullo
aburrido de semana santa" que nos habían pintado)
Por ejemplo para la escena de la carrera de cuádrigas fueron contratados
los directores de acción Andrew Marton y Yakima Canutt, quienes a su vez
tuvieron cada quien un asistente de dirección, siendo el de Marton, el
mismísimo Sergio Leone, el Rey del "Spagetti" Western de la siguiente
década.
Para diseñar la pista, usaron el espacio de los estudios Cinecittá en un suburbio de Roma, despejando una extensión de 7.3 hectáreas, siendo el decorado más grande que se había construido hasta entonces para una película. Recrear este circo Romano (basado en el circo helenístico de Antioquía) costó un millon de dólares y el esfuerzo de miles de obreros que comenzaron su trabajo excavando el óvalo en una vieja cantera.
Para cubrir la superficie de la pista se utilizaron 36,000 toneladas de arena
traída de las playas Italianas en el Mediterráneo, donde me solía pasear con mi
amor. Luego se construyeron las cuatro estatuas gigantescas de más de 9 metros
de altura que fueron situadas al centro de la pista, mientras que junto a esa
magnífica y apoteósica construcción se construyó otra pista de igual tamaño
para entrenar a los caballos en el uso de las cuádrigas, así como para entrenar
asimismo a los áurigas.
Y hablando de las cuádrigas, al tenerse en mente el uso de 9 de ellas, se
construyeron 18: 9 para la filmación y otras 9 para el entrenamiento de los
caballos y los áurigas. El entrenamiento para esa escena duró casi un año, pues
al comprarse setenta y dos caballos desde Sicilia y hasta Yugoslavia, siendo
casi todos lipizzanos (excepto los que usará Heston/Ben-Hur, que fueron 4
purasangre Españoles), se les asignaron un veterinario, veinte mozos de cuadra
y un guarnicionero, para mantenerlos en óptimas condiciones.
Los áurigas fueron personas súmamente preparadas en el manejo de los
carros, pero a los protagonistas Charlton Heston y Stephen Boyd les tuvieron
que enseñar su manejo hasta que se volvieran aficionados súmamente competentes:
esto les tomó mucho tiempo alcanzar ese nivel, aunque a Heston le tomó un poco
menos, pues el ya era un consumado jinete desde antes. Sin embargo en las
escenas peligrosas su doble fue Joe Canutt, hijo del director de acción de esa
escena, Yakima Canutt: si va a haber nepotismo, que mejor que sea nepotismo
para cosas rudas y áltamente peligrosas.
La filmación de la escena de la carrera llevó cinco semanas repartidas
en tres meses, para que al fin, en planos cortos quedaran las escenas plasmadas
en el apoteósico circo Greco-Romano. Fué una lástima que luego de la filmación
de la película desmontaran el circo, pues a mi me hubiera gustado que lo
conservaran para competir contra mis amigos en carreras de bicicletas, estilo
"Bici-Cross".
Un pensamiento similar debió pasar por la cabeza de Wyler, pues el se decidió a filmar la procesión previa a la carrera, para mostrar en planos panorámicos toda la magnificencia y la gloria que emanan de semejante magna obra que fue la pista de carreras, acompañado de la portentosa banda sonora del maestro de la música épica Miklós Rozsa:
Por supuesto que tanto esfuerzo rindió sus frutos en una de las mejores escenas
de acción de todos los tiempos, en una época en que no existía el CGI y todo
tenía que hacerse en estilo "Live-Action": esto si que es hacer las
cosas con huevos...
Y hablando de películas con huevos, películas rudas: tanto la novela,
como la época y la película nos remiten a un tiempo (quizá no muy exacto) en el
que los hombres eran rudos, vigorosos y fuertes, para tiempos igualmente rudos,
hostiles y terribles. Así era la antiguedad clásica, y así era el ideal de ser
hombre en los 50´s. Sin embargo hoy en día eso se ha perdido, y los que ahora
somos igual o más rudos, valientes, efectivos y vigorosos que aquellos hombres,
se nos tacha de "machistas" "fascistas"
"retrógradas", etc... tristes y lastimeros tiempos son estos en los
que los delicaditos, cobardes y frágiles abundan. Por retratar así un ambiente
rudo, violento, hostil, injusto y brutal (tal y como lo retrato también en mi
libro "El Máximo Guardián del Fuego) es que le doy un mérito más, aunque
esto no era tan infrecuente en las películas del genero "Kolossal".
(A pesar de que los personajes eran rudos como debieron serlo los de la época retratada, difícilmente un judío del siglo I luciría como un anglosajón jaja ¡Y encima afeitado! Claro, a menos que sea un judío "helenizado", de los que si habían unos cuantos en aquel tiempo, pero ¿Güero?)
Irónicamente hay un elemento homosexual en la película, pues se dice que
detrás del reencuentro de los mejores amigos Messala y Judah hay cierta
relación cripto-gay, la cual se ve en la mirada, sobre todo de Stephen Boyd,
tal y como lo cuenta el genial Gore Vidal, que colaboró en la creación de tan
excelso guión.
¿Le quita acaso rudeza al ambiente y a la película que se haya introducido un
más que probable subtexto gay en el guión? Para nada, pues al márgen de que los
personajes (según la película, que no la novela) fueran o no homosexuales,
siguen siendo personajes súmamente rudos, y ya quisieran muchos que comparten
mi gusto por las mujeres, pero que no comparten mi estilo rudo y poderoso de
ser, tener tan siquiera una pizca de la varonilidad que tienen estos dos
personajes de los que se insinúa que fueron amantes.
Quiero resaltar también a un personaje entrañable: el jeque Ilderim, el cual es muy carismático: mujeriego, codicioso, tiene como 10 esposas, es apostador, audaz, gracioso, agradable, trata a sus 4 caballos (la cuádriga que conduce Judah) como si fueran sus hijos y estos lo ven como a un padre, astuto, calculador, etc... en fin, un personaje tan humano y con una personalidad magnética. Si no hubiera dejado la borrachera, el sería mi compa para ir a pistear cada fin de semana jajaja
Los únicos "fallos" que le encontraría estan contenidos irónicamente dentro del motivo principal por el que el General Lewis Wallace escribiera la novela: los momentos religiosos. Y es que estos están cargados de tanta solemnidad, que resultan trístemente forzados, es decir: pareciera que el resto de los personajes pudieran "adivinar" de antemano la repercusión que vendría después del ministerio de aquel "mago" hijo de un carpintero de Nazareth.
Por ejemplo: si unas mujeres enfermas de lepra, no quieren que su hijo y hermano las vea cuando regrese a su tierra, y prefieren que se le diga que murieron, para que el las recuerde así como eran antes, pero cuando se reencuentran ellas le dicen que no las mire, que no se acerque, pero, no pudiendo aguantar la presión del cariño y el amor de familia al fin se abrazan... hasta ahi todo muy natural, pero en cuanto aparece el personaje de Jesucristo, dejan de ser mujeres humanas, con sentimientos, con tragedias y dolor, con amor, para transformarse en otro elemento más del decorado sacro de unas escenas pintadas para ilustrar la vida, obra, pasión, muerte y resurrección del Mesías: lamentáblemente toda la naturalidad ganada se pierde cuando aparece quien interpreta al Hijo de Dios, cuando debería ser justo al contrario.
Pero aún así no culpo ni al escritor ni a los guionistas, pues ¿Quién puede
darle naturalidad a los pasajes del evangelio? Hay veces que los escritores ni
siquiera se lo proponen lamentáblemente.
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