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Javier Solís Con Banda: Álbum ganador del premio GS a la excelencia cultural.
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del año, el mejor álbum, el mejor disco.
Si
existió alguien al que se le pudiera calificar como “el sucesor de Pedro
Infante” es justamente Gabriel Siria Levario, mejor conocido como “Javier
Solís”, quien, a riesgo de ganarme la animadversión de muchos, tenía una voz
más técnica y estilizada que la del ídolo de Guamuchil. Casi podría decir que
“cantaba mejor” que él.
Nació en la ciudad de México el primero de
septiembre de 1931, pero como parte de su familia fue proveniente de Nogales
Sonora, siempre consideró que sus raíces eran Norteño-Sonorenses. Por la ruptura del matrimonio de sus padres,
Gabriel terminó siendo criado prácticamente por sus tíos, quienes apenas le
pudieron dar educación primaria, y eso no toda. En aquellos años 30´s, aún en
la capital Mexicana había demasiado subdesarrollo y precariedad, y el hecho de
tener primaria trunca no era raro, aún en la metrópoli era muy común.
Pero allí “le picó la espinita de cantar”,
pues en la primaria comenzó a participar cantando en los festivales escolares, sin
embargo su tía murió cuando el apenas tenía 8 años, y fue este factor el que
condicionó que cada vez tuviera más dificultades para estudiar, por lo que
pronto abandonó la escuela, y luego tuvo que alternar aquel “hobbie” de cantar
con el trabajo en una tienda, pues tan pronto como le llegó la pubertad,
comenzó a trabajar.
En la adolescencia también se interesó por
el deporte, así que anduvo haciendo algunos intentos en el boxeo, y otros
deportes, mientras que se dedicó a muchas cosas: fue panadero, carnicero,
lavador de coches, cargador, etc… mientras tanto se dio tiempo para seguir
cultivando su afición al canto, presentándose en teatros de carpa para cantar.
De allí un payaso de profesión con bastante carrera, llamado Manuel Garay le
ofreció cantar en el Teatro Salón Obrero, donde con el nombre artístico Javier
Luquín, Gabriel comenzó a participar.
Al mismo tiempo, el dueño de una de las
carnicerías donde trabajaba, David Lara Ríos, al escucharlo cantar decidió
pagarle clases de canto con el legendario maestro de vocalización e
interpretación Noé Quintero: es aquí donde pulió sus dotes de cantante,
acercándose poco a poco a la excelencia técnica e interpretativa, aunque para
esto todavía faltaban muchos años.
Siguió cantando en duetos y tríos con sus
amigos, luego en restaurantes, y con distintos mariachis en las plazas de la
ciudad, hasta que comenzó a grabar en un estudio aficionado junto al trio “Los
Galantes” sus primeras canciones: “Punto negro”, “Tómate esa copa”, “Virgen de
barro” y “Te voy a dar mi corazón.”
Estas demos las hizo llegar hasta Discos
Columbia de México, que al fin lo contrató en 1955, después de una audición en
la que literalmente arrasó a la competencia. Cuando recibió el visto bueno,
comenzó a usar un nuevo seudónimo, que le sugirió su amigo Manuel Garay, el
nombre por el que acariciaría las estrellas, y alcanzaría la gloria como la que
probablemente es la mejor voz de México: “JAVIER SOLÍS”.
Con esta compañía discográfica lanzó su
primer sencillo: lado A: ¿Qué te importa? y lado B: ¿Por qué negar?
En la segunda mitad de 1956 comenzó la
grabación de su primer álbum, que duró varios meses, e inclusive su lanzamiento
fue retrasado porque Gabriel, ahora llamado “Javier Solís” asistió al funeral
del ídolo de México, Pedro Infante, y en el cual cantó una de sus
interpretaciones “Grito prisionero” imitando casi a la perfección su timbre,
pero más allá de cualquier imitación, el ídolo era homenajeado en su tumba,
allí donde un excelente cantante acaba de aparecer: todo un momento simbólico.
Esto marcó un antes y un después, pues
algunos de los presentes se deleitaron con esta interpretación, le preguntaron a
aquel “imitador”, recibiendo la respuesta: Javier Solís, y tiene un sencillo.
Habían ocurrido algunas transmisiones en el
radio de las canciones de su primer sencillo, y había recibido algún visto
bueno favorable de los radioescuchas, sin embargo, los que lo escucharon en
vivo, pidieron sus canciones en el radio, para “escuchar la voz de Pedrito con
nuevas canciones”, sin embargo, cuando comenzaron a sonar nuevamente sus
interpretaciones, descubrieron a un cantante totalmente auténtico, que no
imitaba a nadie, con su propia voz ¡Y que voz!
Ya de por si esos fanáticos dolientes por
Pedro habían mencionado a algunos familiares y amigos que “escuché a un
excelente imitador de Pedro Infante llamado Javier Solís”, ahora comenzaron a
recomendarlo a los mismos conocidos “No sólo imita casi a la perfección al
ídolo: Javier ES UN CANTANTE MAGISTRAL”
De modo que esos familiares y amigos
pidieron nuevamente canciones de Javier en el radio, se deleitaron, y de este
modo, muchos más que sintonizaban alcanzaron a escuchar a un artista que poco a
poco se convertía nuevamente en tendencia. La tendencia se volvió habitual,
comenzó a crecer, y sus dos canciones se convirtieron en auténticos Hits.
Pero la bola de nieve siguió rodando, y los
Hits del momento revelaron al artista del momento: pues la partida de Pedro
había creado un vacío tan grande, que incluso cualquier artista con una buena
voz, bien proyectado por sus managers y con canciones escogidas
estratégicamente podría llenar parte de ese vacío y competir contra otros… pero
sucede que este nuevo artista no sólo estaba bien proyectado, y con canciones
bien escogidas; sucede que no sólo era un gran cantante, sino un intérprete de
una voz excelente, si no es que PERFECTA.
Por eso como dice su canción: “es natural”
que el artista del momento se volviera LA REVELACIÓN de aquel año dramático
para la música mexicana. Así que durante todo el verano la revelación siguió
creciendo, estando en boca de todos, y que compraron tanto su sencillo, que ese
mismo año recibió su primer disco de platino.
Con tanta expectación, fue lanzado su
primer álbum: “Javier Solís, Volúmen I”. Después de este le seguirían otros
como “Javier y el Mariachi Perla de Occidente”, “Canta Javier”, “Llorarás,
llorarás” etc… hasta que en 1959 llegó este álbum:
Javier Solís con Banda.
Este álbum fue grabado en Estados Unidos,
durante la primera gira de Javier Solís en el vecino del norte, donde pareciera
que combinaron una Banda Tambora estilo sinaloense, con una Big-Band estilo
Nueva York, pero que más probable es que sea una banda sinfónica de las
tradicionales. Si es lo primero antes que lo segundo, entonces de inmediato
asistimos a los comienzos de la experimentación con la música folclórica
Mexicana (periodo trunco lamentablemente, pero esa es otra historia).
Lado A:
Un arpegio de arpa y flauta abren un
hermoso arreglo, acompañados de violines, entonces la melodiosísima voz de
Javier Solís hace acto de presencia en una apertura que va ganando intensidad
romántica y con aire de antaño (Inclusive para los 50´s) como sólo un vals
tradicional bien hecho puede lograr, pues tal y como dice el título de esta
pieza “Cuando escuches este vals” te va a llevar a evocar otros tiempos.
Estamos ante un álbum artístico, y elegante con todas sus letras, como lo
anuncia esta hermosísima canción.
Trompetas y una marimba entran de manera
directa en este arreglo sobre metales, anunciando una canción elegante, basada
en tonos menores. Los violines y el clarinete adornan una poesía sacra,
mística, hecha canción:
“Muere el sol en los montes,
con la luz que
agoniza,
pues la vida en su prisa,
los conduce a morir.
Pero no importa saber,
que voy a tener, el
mismo final,
porque me queda el consuelo
que Dios nunca morirá…”
Por eso este excelente vals se llama “Dios
nunca muere.” Con una fuerza elegante y casi a manera de marcha, esta banda
excelente va llevando la canción por matices dramáticos a la altura de la
señorial voz de Solís.
Y hablando de Quien no muere, y de quien
muere da comienzo esta pieza: “Morir por tu amor.” Con un vals aún más típico,
cuya intro recuerda al más famoso de todos ellos: al Straussiano “An der schönen blanen Donau” o “el hermoso Danubio
Azul”, canción inmortalizada internacionalmente por ser parte de la banda
sonora de 2001 Odisea Espacial, y en México por ser la melodía detrás del
típico “Queremos pastel, pastel, pastel…” Esta canción musicalmente es el colmo
de la elegancia típica del vals.
Le sigue otro vals ¡Un momento! ¿Qué no
este era un álbum de Javier Solís con banda? Así es, pero esta banda al estilo
sinfónico interpreta valses Mexicanos tradicionales, con un estilo excelentemente
magistral, como excelente es la tesitura del grandioso Javier. En este caso es
una canción típica de despecho Mexicana, llamada “Viva mi desgracia.”
Sabiendo pues que este es un álbum de
valses ¡Pero qué valses! Pasamos a la melodía llamada “Julia”, que comienza a
un paso lento, pero poco a poco va ganando cierta intensidad elegante en el
crescendo: entonces en el coro estalla el portento de voz del “Rey del bolero
ranchero” que aquí también confirma ser el “Rey del vals” y “Rey de la banda
sinfónica Mexicana”.
Aunque la canción anterior fue más pausada
y tranquila, la siguiente, llamada “Alejandra” abre con su intro cual si fuera
el “vals de las flores”. Cuando termina la primer estrofa, de pronto un arreglo
impresionante se deja venir hasta tus oídos, demostrando porque este álbum es
merecedor del premio GS. Las figuras, los cambios de modo, los pasajes y los
movimientos de esta pieza la hacen ser otro de los puntos álgidos de esta obra
maestra.
Lado B:
Con un par de campanadas suaves abre el
lado B del disco, este “tundata” con inflexiones vocales algo “manieristas” se
llama “Recuerdo”, el cual se reserva poco antes de la segunda estrofa otro
arreglo en el que esta obra toca techo, rompiendo inclusive el compás,
sincopándolo con un arreglo de trompetas, trombón, marimba y clavecín
consiguiendo un efecto sorpresivo e impresionista, y es que los músicos están
aquí no sólo para “crear un telón de fondo” al excelso cantante, sino también
para demostrar la propia excelencia de sus sinfonías.
De pronto una introducción inesperada, nos
envuelve en su suprema suavidad, lenta, sentimental, melancólica, triste, y con
mucho melodrama. Señoras y señores, pongámonos de pie, pues estamos ante la
excelsa “Por ti aprendí a querer…” en la que en tonos un poco lúgubres abre
Solís, haciendo gala de una tesitura que rosa la perfección. El único fallo que
le daría a esta canción, y eso “fallo” con entrecomillas dobles, es que
mientras la melodía y los arreglos son tristísimos, la letra no lo es tanto,
sino un romance que ¡Se atreve a mencionar la palabra “Feliz”! Noooooo!!!!
Un desenvuelto “Ojos de juventud” llega
hasta tus oídos, aportando algo de contraste con la anterior melodía: esta vez
una melodía de algún modo más “alegre” nos entrega una letra de decepción y de
despecho ¿No sería genial que las letras de ambas canciones se hubieran
intercambiado logrando una armonía perfecta en relación músical-lírica?
Llega el “Mañana” hasta nosotros, con su
obertura hermosísima, pues su “tonada” tiene la magia necesaria para llenar de
dulzura tus oídos ¡Espero y no te empalagues! Pues no cae realmente en la
cursilería, ni esta, ni el resto de la “rola”, aunque quizás este sea el único
punto bajo del disco ¡Pero nunca por su obertura o por su cierre!
Y hablando de cierres, llega la canción “En
el club verde” la cual va declinando su intro de su aire “felizón” yéndose
desde los tonos mayores hasta un descenso a la “menoría” para darle el lugar a
la Divina Garganta del Mexicano, uno de los mejores cantantes mundiales que ha
pisado la tierra. Los flujos cambiantes entre modos mayores y menores, sumado a
la elegancia de los arreglos, y el portento de voz, hacen de este un excelente
cierre con broche de plata, del que para un servidor es el mejor disco de 1959,
y por ello acreedor al premio GS por excelencia cultural.
Y así es que todo el conjunto de piezas, de
valses Mexicanos en versión banda/big-band/sinfónica logra un resultado tan
sólido, artístico, elegante y glorioso, que lo hace merecedor a este premio:
Álbum:
Javier Solís con Banda.
Género:
Vals, Banda, Banda sinfónica, Big-band, Música Romántica.
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